por Jorge Cabezas
Resumen
A partir del giro lingüístico del pensamiento filosófico, la comprensión de los fenómenos políticos y científicos de la actualidad exige un enfoque diferente al propuesto por los pensadores de la modernidad. La denominada 4ta Revolución Industrial, que ha introducido las nuevas tecnologías de información y comunicación en todos los órdenes del quehacer humano, ha sido el marco de una reconfiguración de modos y relaciones de producción (material y simbólica) que han transfigurado las problemáticas de la construcción de sentidos y la constitución de la subjetividad de manera novedosa y disruptiva. El incremento exponencial de la capacidad de generación y propagación de discursos, debido al despliegue de internet, se ha dado en forma paralela a la sofisticación de los mecanismos de control facilitados por las tecnologías de vigilancia. Lo que supondría un avance fenomenal hacia el ideal emancipatorio ilustrado, en términos de libertad de expresión y circulación de ideas y opiniones, entonces, se contrapesa con el fortalecimiento de la lógica de dominación imperante en la sociedad del conocimiento. Desde una perspectiva orientada por la reformulación crítica de las nociones fundamentales de la modernidad, proponemos repensar la cuestión de la tecnología como herramienta de comunicación y, a la vez, de dominación.
Palabras clave: tecnología, dominación, crítica, sentido, subjetividad.
I. La centralidad del lenguaje en la filosofía contemporánea
Comencemos por situar esta reflexión en el punto evolutivo del campo disciplinar, que también es una justificación —y a la vez una reivindicación— de la necesidad que en la actualidad la filosofía tiene de repensar sus alcances y objetos de estudio, respecto de las tradiciones y escuelas precedentes. Para ello, nos apoyamos en la definición que Naishtat (2004) nos brinda del giro lingüístico:
“La palabra giro tiene así la ventaja de sugerir un elemento que se transforma y que cambia de posición desde el interior de sí mismo. Y es que al hablar de giro lingüístico estamos caracterizando una sensibilidad filosófica que, más allá de sus hondas diversificaciones, considerará en el lenguaje la condición y aun el lugar infranqueable para la tarea filosófica, lo que conforma, de algún modo, un desplazamiento del punto de partida y una reelaboración de la geografía y de los límites del filosofar en relación con las filosofías de los siglos precedentes” (p. 29).
Es así que la ubicación del problema del lenguaje en el centro de la escena, hecho registrado durante el siglo pasado, introdujo un viraje determinante en la historia de la disciplina, a partir del cual la tarea filosófica tuvo como eje de reflexión al lenguaje, y ya no concebido como un simple medio de transmisión o comunicación, sino —como lo postuló Saussure— como estructura-estructurante, en tanto configuradora de sentido e incluso, de nuestra subjetividad. De este modo, a partir del giro lingüístico, el sujeto moderno solo puede llegar a concebirse como tal a través del despliegue del lenguaje, sin que sea posible hablar de un sujeto que exista por fuera o con independencia del lenguaje, que deviene así en condición de posibilidad de su emergencia. Esta cuestión se acentúa hasta el paroxismo con la introducción de internet, en especial, con el fenómeno de las redes sociales, donde el sujeto únicamente existe por y a través del lenguaje, traducido en discurso hipermedia, que condiciona su existencia y la somete a una racionalidad peculiar: la de la “cultura digital”.
Si el giro lingüístico de la filosofía supuso la consideración de las tres dimensiones del lenguaje —sintáctica, que reglamenta la conformación de oraciones; semántica, que se ocupa del significado de los signos, y pragmática, que se aboca al acto de habla concreto y situado—, el giro hermenéutico implicó a su turno otra complejidad al añadir la cuestión de la interpretación, entendida por Naishtat (2004) como un proceso que transcurre en un marco cultural y sociohistórico particular que obra como horizonte de sentido para la comprensión.
De este modo, mientras la perspectiva pragmática opera un recorte sincrónico del lenguaje, al tiempo que restringe su análisis a la situación de intercambio lingüístico concreto, sin considerar su posición en el eje temporal, la ampliación que propone el giro hermenéutico implica una mirada diacrónica del acto de habla, al que coloca en la perspectiva de la dimensión histórica y cultural, mediante el cual adquiere sentido. Así, el marco que el giro hermenéutico otorga al hecho lingüístico propende a lograr su comprensión cabal, objetivo último de la reflexión filosófica.
En sintonía con la perspectiva de Ricoeur (1970), que consideraba como tarea de la comprensión hermenéutica el desciframiento de las expresiones de la conciencia —término que resignifica tomándolo de los “maestros de la sospecha”, Marx, Nietzche y Freud—, consideramos que el sentido no puede ser reducido a lo inmediatamente dado a la conciencia, sino que se requiere de una labor de mediación que haga posible la emergencia de los sentidos invisibilizados.
Sin dudas, esa tarea filosófica, en relación con las tecnologías de la palabra que resultan en la discursividad que fluye a través de internet, en tanto producción simbólica que apunta a la reproducción de la lógica de dominación (de acuerdo con la hipótesis que se intenta esbozar en este trabajo), requerirá de un esfuerzo aún mayor para la contextualización de enunciados y su correcta —si cabe el término— interpretación, habida cuenta del complejo entramado de sentidos, intencionalidades y sobrentendidos puestos en juego.
II. El conocimiento como reducción conceptual
Si, del mismo modo en que Adorno y Horkheimer (1998) se proponen interpelar a la Ilustración con el objetivo de develar los procesos invisibilizados que la sustentan, intentáramos aproximarnos a los mecanismos que apuntan a fortalecer la lógica de dominación en la sociedad del conocimiento para revelar su funcionamiento, encontraríamos en su base a la tecnología. Y de igual manera que los teóricos de la Escuela de Frankfurt sostienen que, contrariamente a lo esperado, el despliegue de la Ilustración ha servido para fortalecer la lógica de dominación y la subordinación, ya no a los dioses, sino a los hombres mismos, concluiremos que el desarrollo científico-tecnológico, lejos de significar un avance liberador de las capacidades humanas, no ha servido sino para reforzar su sometimiento al más estricto régimen de productividad y disciplina social que nuestra civilización haya conocido en toda su historia.
En efecto, el conocimiento científico, que en la modernidad fue agente para la dominación de la naturaleza y el universo, desplazando a los dioses y colocando a los hombres en su lugar, en la actualidad ha determinado el control absoluto de la producción material y simbólica por parte de un muy selecto grupo de hombres: la clase dominante. Es así como en la sociedad del conocimiento quienes dominan la tecnología —la nueva clase dominante— han concentrado el poder no solo económico, sino también político, social y cultural, extendiendo su capacidad de imponer la propia voluntad a las esferas de lo público y lo privado, tanto a la construcción de sentido como a la constitución de la subjetividad, por medio de la discursividad hipermediática que configura y esparce el sentido común, que licua toda capacidad de reflexión crítica y homogeneiza conceptualmente la subjetividad social.
Es de esta manera que los teóricos de la escuela crítica describen el proceso de conocimiento como la reducción de la multiplicidad sensible, dada a la intuición, a una unidad conceptual, que asimila la diversidad identificando bajo un solo concepto una pluralidad de manifestaciones. La construcción de sentido en la sociedad de conocimiento, a través del lenguaje devenido en discursividad hipermediática, converge de igual modo en una uniformización de conceptos, mediante un sistemático vaciamiento de contenidos sustantivos y simbólicos, para colocar en su lugar el mensaje que la nueva clase dominante —la que detenta el poder concentrado y dispone de las tecnologías en su propio y exclusivo beneficio—, instrumenta a efectos de reforzar los mecanismos de sujeción de las clases subalternas.
En conclusión, así como para Adorno y Horkheimer el conocimiento implica un proceso de reducción de la multiplicidad sensible a la unidad conceptual, sostenemos que ese mismo proceso, ahora aplicado a las tecnologías de la palabra, encuentra su cauce en la construcción de sentidos únicos, cuyo efecto, mediante la constitución de una subjetividad social cercenada en sus capacidades críticas, no es otro que la consolidación del orden imperante en la sociedad del conocimiento, merced al régimen de producción del capitalismo cognitivo.
III. El panóptico en la sociedad del conocimiento
A pesar del enorme camino recorrido, en términos de avance científico-tecnológico, desde el siglo XIX hasta nuestros días, puede verificarse que las principales instituciones de la denominada “sociedad disciplinaria” decimonónica aún continúan en plena vigencia, así como su principal rasgo característico: el “panoptismo”. Seguramente, cuando concibió el tipo diseño arquitectónico que desarrolló para las cárceles, Bentham no sospechaba que su creación, consistente en una torre ubicada en el centro de una estructura semicircular que la rodea, con el objeto de permitir la observación de los prisioneros sin que puedan advertir que son observados, tendría aplicación en fábricas, cuarteles, escuelas y hospitales como formas de reclusión moderna. Lo que de ningún modo pudo Bentham siquiera imaginar fue que su panóptico terminaría inspirando el modelo tecnológico de vigilancia y control implementado por la sociedad de conocimiento.
¿Cómo es que un sistema tan elemental, orientado al control de los recluidos en ámbitos de adiestramiento, punición o producción, pudo sofisticarse al punto de constituir la principal herramienta de reaseguro para la lógica de dominación impuesta por el capitalismo cognitivo? Encontramos algunas pistas en el pensamiento de Foucault, quien investigó acerca de la ontología de la sociedad disciplinaria.
El pensador francés, en su obra Vigilar y Castigar, señala que fue en el siglo XIX que el Estado se apropió de las formas de control antes ejercidas por grupos de la sociedad civil para defenderse de los abusos del poder central, y las transformó en el aparato coercitivo oficial, destinado a la protección de los bienes de las clases altas y al disciplinamiento de las clases bajas. En su análisis, Foucault indica que tanto las instituciones pedagógicas, como las médicas, penales o industriales toman a su cargo el control del tiempo de los individuos, que es requerido, en la moderna sociedad capitalista, para explotar al máximo su tiempo de trabajo. En efecto, la sociedad industrial demanda que el tiempo de los individuos se ajuste al régimen de producción, por lo que el tiempo de la existencia es supeditado al tiempo de trabajo. Luego, estas instituciones controlan también los cuerpos de los individuos, reglamentándose estrictamente en esos ámbitos las relaciones sexuales: los cuerpos son disciplinados a fin de conformar la fuerza de trabajo que el moderno capitalismo necesita. Además, en estas instituciones se configura un poder político, con claras jerarquías verticales, y un poder judicial, que estipula y distribuye recompensas y castigos. Y, finalmente, un poder “epistemológico”, que extrae información de los individuos sometidos a su vigilancia. Cómo no reconocer el paralelismo con las actuales tecnologías de vigilancia, que bajo la máscara de la conectividad y la ubicuidad, encadenan al individuo a un régimen de productividad que no reconoce límites horarios ni espaciales, borrando la frontera entre el tiempo de trabajo (que ahora lo invade todo) y el de ocio (que tiende a desaparecer), así como entre los espacios laborales (a los que ya no es necesario concurrir para trabajar) y domésticos (que se convierten en productivos).
Por si fuera poco, a la hiperconectividad que convierte al individuo en un sujeto productivo de tiempo completo, no importa qué hora o día sea ni dónde o con quién se encuentre, deben agregarse los sistemas de control desarrollados específicamente para medir la productividad, el presentismo, la performance de ese sujeto-productor del capitalismo cognitivo, que aunque no pueda advertirlo, es observado las 24 horas de cada día del año por las tecnologías de vigilancia que él mismo adosa como grilletes a su vida, gracias a una construcción de sentidos que tampoco es capaz de advertir y, sin embargo, determinan su comportamiento.
Son las mismas tecnologías, en tanto expresión de un conocimiento que se aplica al dominio del mundo y la naturaleza (que incluye a los sujetos, en esta etapa del desarrollo de capitalismo), las que sirven para la producción simbólica de los contenidos que conducen a la anulación de las capacidades de reflexión crítica de los individuos, mediante un proceso de ofuscación y vaciamiento de sentidos, primero, que permite su reemplazo por el “sentido común”, después.
La producción simbólica, monopolizada entonces por la clase dominante, distribuye mediante la discursividad hipermediática el mensaje elaborado como “sentido común” —en tanto noción compartida sensatamente por “la gente”, otra abstracción propia de esta modalidad discursiva—, que cumple con su propósito de llenar el espacio de la semántica, es decir, de la relación del signo lingüístico con su referente objetivo.
De este modo, el sentido común se instala en el lugar de la conclusión elaborada por los receptores de ese bombardeo informativo, tan sobreabundante como fútil, vaciado de todo contenido potencialmente movilizador de las conciencias, cuidadosamente recortado al límite que separa la airada indignación del “ciudadano” de la capacidad crítica del sujeto. Paralelamente, esas mismas tecnologías se emplean para la virtualización del panóptico, ahora potenciando a dimensiones jamás alcanzadas por ningún dispositivo de vigilancia concebido por el cerebro humano, desde su diseño por Bentham en el siglo XVII. En cuanto a la dimensión del aparato punitivo, que Foucault considera su correlato, podemos afirmar que sus técnicas igualmente se han sofisticado en escala y alcance, pero las mismas no constituyen el objeto de este artículo, enfocado en el análisis de la producción simbólica y la construcción de la subjetividad a partir de la hipertextualidad que caracteriza a la sociedad de la información y el conocimiento.
Como resultado de esa operatoria de enmascaramiento de la realidad mediante las nuevas tecnologías que saturan de información al sujeto vedado de visión crítica a una velocidad vertiginosa, haciéndole imposible su desciframiento —y cuya finalidad no es otra que la de velar las condiciones mismas que hacen posible su dominación—, se produce este nuevo tipo de alienación. Este concepto, que la teoría marxista tradicional aplica al proceso productivo, permite explicar asimismo la instalación de una “falsa conciencia”, mediante la cual la clase subalterna adopta como propio el pensamiento de la clase dominante (y con él, sus postulados, prejuicios y aspiraciones). En las democracias modernas esta sería la razón, por ejemplo, del comportamiento de amplios sectores de los estratos sociales medios y bajos, cuyas opciones eleccionarias llamativamente coinciden con las de la alta burguesía, aún cuando las mismas son en forma ostensible contrarias a sus propios intereses de clase.
IV. La impostura del “sentido común” como estrategia de dominación
El sentido común desplaza, entonces, a la crítica, privando al sujeto de la más mínima posibilidad de comprender las verdaderas causas de los fenómenos que lo afectan. Así, desbordado por la catarata incesante de acontecimientos ya escandalizantes, ya nimios, que lo llevan sin escalas de la sordidez de la pedofilia o las ejecuciones de ISIS a los chismes de la farándula y las recetas del chef de moda. El sujeto alienado por la sobreinformación de la hipermedia deriva entre contenidos multimediales diseñados para la reproducción ideológica, que replica con la convicción del dogma revelado, reducido a la incapacidad de vincular causas y efectos, inconsciente de su propia cautividad en la red de redes, que alguna vez fueron promesa de libertad de expresión y opinión. Internet, pensada en sus orígenes como arma militar y luego devenida en ámbito global para la circulación de información, pero también de mercaderías (legales o no), se ha desplegado a nuestro alrededor conformando la más amplia celda jamás imaginada, en la que masivamente preferimos estar encerrados, a riesgo de quedar “fuera del mundo”.
La red de redes deviene así en mercado global (ya no aldea, como propuso Mc Luhan), donde la información se trafica desde gabinetes donde consultores y expertos diagraman la agenda que se impone a esa cibermultitud conformada por millones de usuarios que, con la ilusión de elegir y opinar libremente, queda confinada entre los imperceptibles barrotes del hiperespacio multimedial, en el cual se actualizan las técnicas de control y vigilancia al mismo ritmo que marca el desarrollo de las tecnologías de información y comunicación.
Entre ese entorno virtual, donde el panóptico es ahora una máquina inteligente que predice nuestras conductas —sobre la base de algoritmos que estudian preferencias, consumos e intereses de los usuarios—, y el mundo material donde los sujetos producen, consumen, opinan y eligen (o creen que lo hacen), las fronteras se borran. Los comportamientos individuales en el “mundo real” son en gran medida resultado de la discursividad que circula en el “mundo virtual”, donde los sujetos de la era digital —habitada por los llamados “ciudadanos digitales”— pasan muchas más horas de las que en la era de la televisión se pasaban ante una pantalla. El desarrollo de las tecnologías móviles, con el auge de los “teléfonos inteligentes”, casi ha logrado realizar la utopía de la ubicuidad, permitiendo a sus usuarios estar conectados “a cualquier hora, en cualquier lugar”, como podría ser el eslogan de una compañía de telecomunicaciones. Esta hiperconectividad —solo limitada por deficiencias de infraestructura, características en los países menos desarrollados— pone de manifiesto la centralidad del discurso, ya que las pantallas móviles ganan la atención de sus usuarios durante más horas, con mayor intensidad, con un alcance en términos de audiencias tan exquisito, que permite segmentar audiencias al detalle, por edad, por género, por clase, etc. De ahí que la sofisticación en el manejo de la comunicación masiva, cuyas técnicas se han desarrollado en paralelo a las tecnologías digitales que permiten su difusión, sea la impronta de la lógica cultural del capitalismo cognitivo.
Dispositivos cada vez más poderosos, en capacidad de procesamiento y almacenamiento de información, tienen como contraparte el desarrollo de recursos y tácticas novedosos, generadores de una nueva retórica propia de la hipertextualidad: mecanismos (bots), actuaciones (trolls), modalidades de intervención (video-streaming, podcasts), solamente concebibles en esta nueva etapa y gracias a estas nuevas tecnologías, conforman la caja de herramientas para la producción simbólica necesaria para la dominación social. Las redes mantienen así bajo control a las clases subalternas, los usuarios/productores de la era digital, hiperconectados, entretenidos y sobreinformados, pero sin la menor chance de romper el encantamiento del que son objeto.
V. Hacia la (re) construcción del sentido y la subjetividad en la era digital
Hemos intentando describir resumidamente a lo largo de este trabajo la forma en que un complejo mecanismo, que involucra infraestructuras de conectividad, tecnologías de vigilancia y control y una nueva retórica basada en artefactos digitales para la imposición de un “sentido común”, hace posible la hegemonía de las clases dominantes del capitalismo cognitivo. El modo de acumulación imperante en este estadio del desarrollo científico-tecnológico de la humanidad provee las herramientas e insumos básicos para la conformación de un panóptico actualizado y mucho más eficaz en sus propósitos, en tanto resulta imperceptible para los sujetos vigilados: el ciberespacio, ámbito de la vida digital, en el cual parecen concretarse las pesadillas totalitarias que Adorno y Horkheimer vaticinaban a partir de la serialización a escala industrial de los objetos de arte y su consecuencia directa: la cultura de masas. Esta línea de pensamiento ha encontrado continuidad en los trabajos de los denominados “tecnoescépticos”, entre los que se destacan el italiano Franco Berardi, o el francés Eric Sadin, e incluso el joven programador ruso Eugeni Morozov. En sus obras se manifiesta el desencanto de la intelectualidad de izquierda ante la agobiante evidencia de que las nuevas tecnologías no solo no han cumplido sus promesas emancipatorias, sino que, muy por el contrario, han sido la herramienta más útil para la consolidación del orden social al servicio de la clase dominante en el capitalismo cognitivo.
Por nuestra parte, creemos que es posible develar el mecanismo alienatorio que hace posible la hegemonía de la élite digital —parafraseando a Berardi— y develar la impostura del “sentido común” que subyace a este proceso de anulación de las capacidades críticas de los sujetos en la era digital. Para ello, encontramos que la teoría de la acción comunicativa de Habermas (1997) y su concepción del “desacoplamiento” entre sistema y mundo de la vida, a partir de la diferenciación de la economía y de la política como sistemas autónomos, nos ofrece instrumentos y hasta una orientación posible para los esfuerzos que habrían de implementarse en esta iniciativa.
En efecto, la complejidad de las interacciones presentes en nuestras sociedades requiere de los individuos una capacidad de comprensión de los sistemas de la economía y de la política, que le son vedados por lo que consideramos la operación de saturación informacional que, como contraparte de la vigilancia, las tecnologías dispensan a los sujetos/productores de la sociedad de conocimiento (o “cognotariado”, para usar otro término acuñado por Berardi, mucho más certero, en nuestra opinión, que el de “ciudadanos digitales” para un análisis socio-político). La clave para el corrimiento de ese velo ideológico que la comunicación hipermediática dispone ante la mirada del cognotariado residiría, entonces, en la reposición de las capacidades de discernimiento de los fenómenos económicos, políticos y sociales en los sujetos de la era digital.
Sostenemos, en conclusión, que la impostura del sentido común solo puede ser develada mediante la “toma de conciencia” (concepto que recuperamos de Marx) por parte del cognotariado, y su “ampliación” (según la noción elaborada por Freud) para la elucidación de los problemas de la realidad que hoy le son inasequibles, con el propósito último de la “liberación de su potencial” (en línea con la propuesta de Nietzche en este sentido). De este modo, podría manifestarse la detención disruptiva del proceso histórico postulada por Benjamin (2002), única forma de dar lugar a la revolución tan infructuosamente procurada por la humanidad para su definitiva y real emancipación.
Referencias bibliográficas
Benjamin, W. (2002). Sobre el concepto de historia. En La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia, trad. de P. Oyarzún Robles , pp.45-48.Stgo. de Chile: Arcis
Berardi, F. (2003). La fábrica de la infelicidad, trad. de Patricia Amigot Leatxe y Manuel Aguilar Hendrickson. Madrid: Traficantes de Sueños.
Busydigan, D. [et.al.] (2015). Filosofía. Edición literaria a cargo de Daniel Busydigan y Santiago Ginnobili, – 1ª Ed. – Bernal: Universidad Virtual de Quilmes
Foucault, M. (2005). Vigilar y Castigar. El Nacimiento de la Prisión, trad. de A. Garzón del Camino, Siglo XXI, México, pp.199-232
Habermas, J. (1997). La Modernidad: un proyecto inacabado. En Ensayos políticos, trad. de R. García Cotatelo, pp. 265-283. Barcelona: Península
Horkheimer, M. y Adorno, T.W. (1998). Dialéctica de la Ilustración, trad. de J.J.Sánchez , pp-59-95. Madrid: Trotta
Morozov, E. (2011). El desengaño de internet, Los mitos de la libertad en la red, trad. Eduardo G. Murillo. Barcelona: Ed. Destino
Naishtat, F. (2004). El giro lingüístico de la filosofía. En Problemas filosóficos en la acción individual y colectiva: una perspectiva pragmática, pp. 27-103. C. Autónoma de Buenos Aires: Prometeo
Ricoeur, P. (1970). La interpretación como ejercicio de la sospecha. En Freud: una interpretación de la cultura, trad. De A. Suárez, pp.32-35. México: FCE
Sadin, E. (2017). La humanidad aumentada: la administración digital del mundo. Trad. de Javier Blanco y Cecilia Paccazochi – 1a ed.- C. Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra
¿Cómo citar este artículo?
Cabezas, J. (2017). Tecnología y dominación: notas para un abordaje crítico de la construcción de sentidos y la constitución de la subjetividad en la sociedad del conocimiento. Sociales y Virtuales, 4(4). Recuperado de <http://socialesyvirtuales.web.unq.edu.ar/tecnologia-y-dominacion/>
Ilustración de esta página: Ortiz, Carolina (2016). Peces 1 (fragmento). https://www.facebook.com/CaroOrtiz1970/.