por Alicia Fuentes
Santiago tenía un pozo, lo llevaba con él a todos lados. Volvió con frío y con un pozo. Iba casa por casa mostrándolo y le decía a todo el mundo que no sabía qué hacer con él. Todos le decíamos que lo tirara, que lo vendiera o que lo regalara. Pero él no podía. No es que le gustara su pozo. Simplemente no podía. El día que vino a mi casa, yo me acerqué un poco al borde, pero cuando empezó a contarme la historia del pozo, decidí no escucharlo y me fui. Inventaba cosas; que dentro del pozo había estallidos, barro, agua, olor a mierda. Nadie sentía olor a nada, nadie escuchaba ningún estruendo. Claramente Santiago mentía. El día que fue a la casa de Rita, Santiago se quedó en la vereda. Con una mano sostenía el pozo y con la otra hacía un megáfono, que se ponía al costado de la boca, para gritarle “¡Ritaaaaa, no aguanto más los ruidos!”. Ella se acercó a la ventana, corrió apenas una de las cortinas y cuando se dio cuenta de que era Santiago, cerró todo, bajó las persianas y cerró la puerta de entrada con llave… por las dudas.
El pozo de Santiago se hacía cada vez más grande, tan grande que no solo tenía estallidos, barro, agua y olor a mierda, ahora también había gente que se asomaba de adentro hacia afuera y lo llamaban por su nombre, le pedían ayuda, estiraban las manos para encontrarse con su mano. Entonces, Santiago lo pensó un momento. Fuera del pozo nadie quería estar con él, nadie lo escuchaba. Fuera del pozo estaba solo. Entonces, Santiago lo pensó otra vez y se metió dentro del pozo. Lo estaban esperando.
¿Cómo citar este artículo?
Fuentes, A. (2022). Santiago tenía un pozo [microrrelato]. Sociales y Virtuales, 9(9). Recuperado de http://socialesyvirtuales.web.unq.edu.ar/santiago-tenia-un-pozo/
Ilustración de esta página: Villano, E. (2016). Serie Malvinas [fotografía].
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