Los otros mundos

por Carlos Javier Fazio Carlos Javier Fazio

 

Cuando era niño fantaseaba con la existencia de otros mundos. Los pensamientos de mi mente infantil recorrían con frecuencia y facilidad aquellos cauces que los encaminaban por paisajes fantásticos, aventuras extraordinarias y de vez en cuando algunos momentos terroríficos. Más adelante, durante los primeros años de mi adolescencia, aquella metafísica de la fantasía imaginativa comenzaba poco a poco a desvanecerse, tomando lugar entre su nueva transparencia cuestiones cuyas raíces se alimentaban de nutrientes más terrenales y pragmáticos. Este proceso de transformación hubiera terminado por aniquilar definitivamente todas aquellas creencias fantásticas de no ser por la influencia literaria de mi madre, quien, poco a poco y de una forma tan sutil que supo atravesar aquellas defensas y prejuicios de mi mente adolescente, fue iniciándome en el mundo de la literatura. Las primeras lecturas me llevaron de la mano de algunos cuentos de Allan Poe, a lo que más tarde se expandieron hacia autores nacionales como Julio Cortázar. Si bien la posibilidad de volver por completo hacia las experiencias de la infancia se pierde ineludiblemente con el paso de los años, aquellas páginas delicadamente provistas por mi madre me ayudaron a mantener de una forma tácita todas esas ideas que conformaban la posibilidad de mundos alternos en donde las reglas de lo conocido podían desdoblarse hacia lugares insospechados. Había una magia presente que aún conservaba cierto atisbo de inocencia entre las nuevas experiencias y responsabilidades que comenzaban a acumularse poco a poco dentro de mi vida de colegio secundario. Sin embargo, el paso de los años terminó por acomodar aquellos mundos y ecosistemas en el común lugar de la pura fantasía, proceso natural de aquellas mentes que están transitando el tumultuoso viaje entre la adolescencia y la joven adultez.

Y como con muchas de las cosas de la vida humana, las revelaciones se presentan en los momentos menos esperados. A mis 22 años conocí la verdadera presencia de otro mundo, un lugar donde la inclemencia del clima se mezclaba con el constante repiqueteo de los fusiles y el contrapunto de los gritos de sufrimiento y desesperación. No mucho tiempo atrás mi mundo se componía de la jornada laboral, las charlas con los amigos y los almuerzos en familia. Fue difícil aceptarlo, pero las experiencias posteriores me demostraron a las claras que aquel ecosistema funcionaba como una pequeña burbuja a través de la cual construía mi mundo subjetivo. Fuera de eso había una infinidad de otras burbujas y capas de experiencias que no entraban en colisión directa con las mías y que, por lo tanto, mis sentidos decidían ignorar. Desde el momento en que mis pies se pusieron en contacto con ese suelo frío e inhóspito de Malvinas, supe que todos aquellos mundos de fantasía sobre los que había leído palidecían en comparación con las aterradoras experiencias sensoriales que excitaban mis entumecidos sentidos a cada segundo. En mi mente no cabía duda de que había atravesado el portal hacia otro mundo, otro mundo que parecía habitar dentro de su propia burbuja, con sus reglas y manifestaciones particulares. Y este terrible hábitat existía a tan solo unos kilómetros de la tierra sobre la que se asentaban todas aquellas cosas que componían aquel otro refugio que había quedado atrás. Este era un mundo donde la irracionalidad de la violencia se veía acompañada por el perfecto ambiente sonoro de los balazos, los gritos y el rugido del viento frío. Aquí había seres humanos a los que debíamos destruir, herramientas que ahora tenían la forma de armas de fuego y sueños que adoptaban el desesperado deseo de una comodidad tan básica como un abrigo o una comida caliente.
En algún punto logré salir de aquel mundo, traspasar el portal una vez más para volver a encontrarme en un terreno que reconocía a pesar de los cambios durante mi ausencia. Sin embargo, los vestigios de las vivencias no quedaron del otro lado, se colaron en mi mente y volvieron aferrados cual garrapatas hambrientas. Una parte de mí guardaba la esperanza de que esos trozos de aquel mundo que había traído de vuelta pudieran poco a poco volverse tan lejanos y transparentes como todas aquellas historias que entretuvieron mis jóvenes años de colegio. Sin embargo, el paso de los años me ha demostrado que no solo sus contornos siguen tan definidos y filosos como siempre, sino que tienen la potestad para invadir y reajustar percepciones de este lugar al que creí volver.

Desde aquellos momentos, vivo sabiendo que la existencia de otros mundos es un hecho indiscutiblemente real, una concepción cuya expresión más aterradora no se encuentra en las historias que leemos, los discos que escuchamos o las películas que miramos, sino en este mismo plano sensorial dentro del cual nos movemos día a día.

 

¿Cómo citar este artículo?

Fazio, C. J. (2022). Los otros mundos [cuento corto]. Sociales y Virtuales, 9(9). Recuperado de http://socialesyvirtuales.web.unq.edu.ar/los-otros-mundos/

 


Ilustración de esta página: Villano, E. (2016). Serie Malvinas [fotografía].

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