por Carlos Javier Fazio
El encuentro ocurrió como no podía ser de otra manera: fugaz y desprevenido, dilatando el tiempo en una relatividad que transformó sus escasos minutos en un recorrido vertiginoso por sensaciones añejas…
Estábamos en un pequeño barcito ubicado en una esquina de la ciudad de Múnich. Tras una tenaz y periódica insistencia por parte de nuestra hija, residente en suelo alemán desde un lustro atrás, mi esposa y yo decidimos poner los pies en tierra europea. Queríamos conocer un poco todo aquello de lo que tantas veces hemos conversado por vía telefónica con nuestra pequeña. Desde el primer momento, admitimos admiración por la tranquilidad, la amabilidad y ese aire particular de orden que parecía inundar hasta las calles más concurridas de las urbes del viejo continente. Sin embargo, somos una pareja de sesentones cuyas costumbres están muy arraigadas a las incertidumbres nacionales y pronto nos encontramos sintiendo esa nostalgia del hogar, los malabares del día a día y el mate siempre a mano.
La tarde caía tranquilamente mientras el reducido espacio del bar se llenaba poco a poco de jóvenes. La mayoría de estos eran evidentemente oficinistas buscando un gramo de distensión en la pinta de cerveza que prosigue a una jornada laboral. Mi hija y mi esposa decidieron pasar al baño, por lo que yo me quedé contemplando tranquilamente el ambiente mientras sorbía poco a poco una cerveza deliciosamente amarga. Y es entonces cuando mi mirada se encuentra con el perfil de una figura que captó inmediatamente mi atención. El hombre estaba sentado solo en una pequeña mesa al fondo del local, con una jarra a medio terminar y la vista distraídamente concentrada en la repetición de un partido del Bayern Múnich. Algo en sus facciones tan arrugadas como las mías despertó la sensación de reconocimiento en mi cabeza, sin embargo, no podía precisar el recuerdo exacto que pretendían invocar. De pronto, mi súplica silenciosa pareció encontrar respuesta, pues el hombre giró su cabeza y clavó sus ojos en los míos. En un proceso tan instantáneo como complejo mi cerebro analizó la información que recibía a través de los nervios ópticos y comenzó a desenterrar polvorientos recuerdos y sensaciones de lo que a estas alturas se me antojaba como otra vida. En un abrir y cerrar de ojos volví a sentirme aquel joven flaco y asustado abandonado a su suerte en un campo de batalla inhóspito. A pesar de la calidez excesiva del atestado bar, pude volver a experimentar ese viento frío, tan helado que los maltrechos uniformes del ejército apenas lograban mantener a raya algunos instantes. Junto a los temblores, volvió el molesto y recurrente entumecimiento, el hambre constante y la sensación de que la muerte rondaba en cada centímetro de ese desolado paisaje devenido en campo de batalla. Mis manos parecían abrazar el peso del fusil y a través de los sonidos de las conversaciones pude escuchar las ráfagas intermitentes que evidenciaban los combates cercanos. Los ojos celestes del hombre ahora estaban enmarcados por un rostro tan joven como el mío durante esos oscuros días, un rostro que, por coincidencias del destino, representó en aquellos momentos el enemigo a exterminar. Recordé cómo su cabeza se asomaba a intervalos desde una improvisada trinchera para lanzar una furiosa ráfaga de balas hacia nosotros, ataque que contestábamos como mejor podíamos a pesar del armamento defectuoso y la escasez de municiones. Puedo ver que esas facciones anglosajonas también lograron hacer las conexiones necesarias para mirar a través del tiempo transcurrido y encontrarnos nuevamente en el frío suelo del combate. Supe que era inútil e innecesario acercarme para intentar hablar, mi inglés nunca había prosperado más allá de unas cuantas palabras aderezadas con pésima pronunciación y sospecho que su español acaso no fuera mucho mejor. La palidez de su piel pareció acentuarse cuando sus ojos se humedecieron, y, entonces, producto de una conexión tan extraña como maravillosa, ambos alzamos levemente nuestras jarras y brindamos respetuosamente a la distancia.
Era absolutamente innecesario el intercambio de palabras para saber que ambos brindábamos por la inmensa suerte que tantos otros no tuvieron de salir con vida de aquel infierno helado, luego de haber dejado todo nuestro espíritu y a no pocos compañeros y amigos detrás. Y sobre todo por la posibilidad de quitarnos las etiquetas de enemigos y aliados para retomar lo que aún podíamos retomar de nuestras vidas.
¿Cómo citar este artículo?
Fazio, C. J. (2022). El encuentro – 2(1)0(9)2(8)2(2) [cuento corto]. Sociales y Virtuales, 9(9). Recuperado de http://socialesyvirtuales.web.unq.edu.ar/el-encuentro-21092822/
Ilustración de esta página: Penhos, M. (2022). Otra guerra absurda [collage en contexto de pandemia]. En Programa de Cultura de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de Quilmes y Sociales y Virtuales, convocatoria artística “Malvinas, 40 años después”. Bernal: UNQ.
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