Por Carlos Alberto Fermosel
Resumen
Hoy en día casi no es posible imaginar una realidad mundial en la cual las relaciones económicas y sociales, las decisiones políticas y los vínculos entre estados soberanos no estén regidos por el paradigma filosófico del capitalismo; sin embargo, tampoco es posible imaginar la realidad occidental —cuna del capitalismo— desligada de factores que tiendan a lograr en algún punto una cierta equivalencia de oportunidades, es decir, que reduzcan a tal punto la función del estado y las corporaciones que redunde en una equiparación con un gendarme y una máquina de generar dividendos, respectivamente. Mediante el presente trabajo intentaré demostrar que no es posible lograr en forma perdurable un sistema puramente capitalista, así como tampoco resulta viable destronarlo como ideal filosófico fundante de la cultura global.
Palabras clave: capitalismo, globalización, comunismo, estado, historia.
Introducción
Partiendo de la base histórica que se ha empeñado en marcarnos Eric J. Hobsbawn (1997) y toda la historiografía que le es tributaria, debemos señalar que el capitalismo surge luego de la edad media y se afianza con el avenimiento de los tres grandes períodos revolucionarios —la Revolución Industrial, la Revolución francesa y las Revoluciones burguesas de mediados del siglo XIX— que dieron origen a una vasta literatura filosófica tendiente a explicar, al menos prima facie, los conceptos de libertad individual y propiedad privada que lo justificaban.
Discurriendo históricamente y luego de innumerables crisis que pusieron en duda las condiciones de su vigencia, el sistema capitalista —entendido como “una formación económica, social y cultural que ha devenido históricamente en un modo de producción, distribución y consumo de bienes (Rusconi, 2005)” (Busdygan y otros, 2015, p. 235)— se ha sostenido y afianzado más allá de cualquier modificación paradigmática en lo político y social, erigiéndose hoy en día como el único sistema válido para, justamente, la producción, distribución y consumo de bienes, aun respecto —y a pesar— de aquellos actores que se aferran a una postura absurdamente negacionista.
Cierto es también que el capitalismo ha sufrido cambios camaleónicos que le han permitido mutar sus vestiduras cada tanto y mostrarse siempre como la posibilidad menos dañina y más relativamente conveniente de todas; incluso, durante buena parte de su historia ha adoptado decisiones que ponían en duda la rigidez de sus postulados iniciáticos.
Del avenimiento a la hegemonía
A partir de lo señalado podemos afirmar ex hypothesi que el capitalismo es hoy un sistema mundial que sirve de base a los diversos y numerosísimos intercambios económicos que tienen lugar en el mercado global, habiendo superado con giros, regates y maquillajes el fin apocalíptico que le auguraron Marx, Engels, Gramsci, entre otros. Pareciera como si el Leviatán hobbesiano (1997) con todo y su soberanía universis major y singulis major —sea quien fuera que la detente en la actualidad— hubiese hallado finalmente su sangre inmortal autoinmune; como una especie de virus mutante que periódicamente se autoinmuniza y supera los escollos que se le van presentando.
Buscando los orígenes filosóficos de este sistema hallamos en primer término a John Locke y su justificación de la propiedad privada esbozada en el Capítulo V de su Ensayo sobre el gobierno civil de fines del siglo XVI (2005), es decir, cuando ya el capitalismo se esbozaba tímidamente como la respuesta burguesa a la decadente economía feudal y su intrincadísimo sistema de relaciones de vasallaje.
Escribió Locke que es “ley de la razón que el venado pertenece al indio que lo ha matado, aunque constituyera antes el derecho común de todos, se admite que, al haber invertido su trabajo en cazarlo, configura su propiedad” (2005, p.26), y con ello justifica todo un sistema de apropiaciones que se origina en una legación o donación que hizo Dios a toda la humanidad. Cada persona que mediante su trabajo transforma una parte del condominio se apropia de esa parte por ley racional y por mandato divino, pues Dios mandó al hombre a trabajar.
Este derecho a apropiarse, fundamento de la existencia de la propiedad privada, no es absoluto pues como “nada fue creado por Dios para que el hombre lo desperdicie o lo destruya” (Locke, 2005, p.31) quien desperdicie o dañe la obra creada no es por tanto propietario de ello, sin perjuicio de haber transformado la propiedad comunal pues dicha transformación equivale a un robo. Esto es fundamental para el siguiente paso que da la filosofía del capitalismo con Weber.
Antes de seguir con el análisis de los axiomas de Weber (1979), corresponde hacer mención a que para Locke “cada hombre detenta…, la propiedad de su propia persona. Sobre ella, nadie, excepto él mismo, tiene derecho alguno” (2005, p.27) con lo cual está justificando la libertad individual únicamente sometida al Creador y sus leyes.
Estos postulados fueron tomados, como adelanté, por Max Weber quien, en su análisis de la vinculación entre capitalismo y el ascenso del protestantismo puritano que estudió para su obra de 1905 La ética protestante y el espíritu del capitalismo (Weber, 1979), los llevó al extremo —justificado, entiendo— de explicar el éxito del capitalismo como afán de quienes profesaban dicha fe que, dicho sea de paso, por aquellos años triunfaba en los países que años más tarde se erguirían como las potencias dominantes —por caso, el protestantismo puritano se enraíza en lo más hondo del sentimiento nacional norteamericano—.
Sostiene Weber que el valor del trabajo ascético y el afán adquisitivo constituyeron en el sentimiento protestante mandatos divinos que no solo justificaban la pureza del espíritu sino que, aún más, se oponían a la vagancia y la vida disipada. Así escribió que:
El trabajo es fundamentalmente un fin absoluto de la vida, prescrito por Dios. El principio paulino: ‘quien no trabaja, que no coma’ se aplica incondicionalmente a todos: sentir disgusto en el trabajo es prueba de que falta el estado de gracia (1979, p. 216).
Este afán adquisitivo expresado por el análisis de Weber posee también un límite moral: “La riqueza solo es reprochable en cuanto incita a la pereza corrompida y al goce sensual de la vida, y el deseo de enriquecerse solo es malo cuando tiene por fin asegurarse una vida despreocupada y cómoda” (1979, p. 225), y así estableció un límite a las críticas que lo asociaban con un mero justificativo de un impulso lucrativo irracional.
No podríamos avanzar sin señalar que en 1848 Marx y Engels publicaron el Manifiesto del Partido Comunista (Fajardo, 1999), una cruda crítica destructiva del capitalismo, al que entendían como un sistema nefasto mediante el cual unos pocos afortunados —burgueses— con un salvaje ánimo lucrativo sojuzgaban a miles de desafortunados —proletarios— y se hacían enormemente ricos, justamente, mediante este sojuzgamiento de los que no tenían sino más que su fuerza de trabajo para vender. “La industria moderna, ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal, en la gran fábrica del magnate capitalista” escribieron los críticos del capitalismo; y es, precisamente, contra ese ángulo de mira que se yergue la filosofía —plagada de moral— de Weber, sirviendo tanto de justificante como de contra-crítica.
Al final del camino filosófico capitalista encontramos la obra de Robert Nozick (1988) quien, llevando al extremo los presupuestos lockeanos, sostiene que el estado debe reducirse a su mínima expresión como gendarme de los derechos más básicos, mientras que los capitalistas privados poseen todas las posibilidades para generar dividendos a cualquier coste.
En tal sentido, ha escrito Nozick con mucha ironía que:
No estamos en la posición de los niños a los que les ha dado tajadas de pastel alguien que hace ajustes de último minuto para rectificar un reparto descuidado. No hay distribución central, ninguna persona o grupo facultado para controlar todos los recursos, que decida conjuntamente cómo deben repartirse. Lo que cada persona obtiene, lo obtiene de otros que se lo dan a cambio de algo, o como obsequio (1988, p. 155).
Es que a las críticas despiadadas de Marx y Gramsci —y frente a su evidente derrota— siguieron críticas más suaves provenientes de sectores —marxismo analítico— que de forma más solapada intentaban roer los cimientos del capitalismo enrostrándole las inequidades del sistema fundados en lo que denominaban igualdad de oportunidades. Ello dio origen a diversas formas de estado a las que se les dio el nombre de Estado Benefactor, Estado de Bienestar, Estado Providencia, entre otros, y que no significaron sino un agrandamiento —en muchos casos desmedido— del estado mínimo capitalista, operando como una especie de contrapeso frente a las inequidades sistémicas del capitalismo incorporando conceptos como justicia, distribución e igualdad.
Frente a esos postulados se enerva en forma enérgica Nozick, considerando ilegítimo un “estado más extenso o poderoso que el estado mínimo” (1988, p. 7) en tanto para avanzar en sus políticas compensatorias debe violar derechos de propiedad de los más aventajados.
No está demás señalar que el radicalismo de las premisas del autor no han tenido asidero en la realidad actual, pues el aporte crítico del marxismo y del marxismo analítico han generado instituciones que se enraizaron en forma idéntica en la cultura global de tal forma que no es posible entender un capitalismo tan puro como el que se propone.
A modo de conclusión
Luego del análisis efectuado es dable señalar que el gran acierto —entre muchos otros— de Marx fue advertir el avenimiento del sistema económico capitalista global, escribiendo hace casi dos siglos que la virtud del capitalismo (del burgués) era:
(…) explotar el mercado mundial, [lo que] da un sello cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales caen por tierra, arrolladas cada día por otras nuevas, cuya instalación es un problema vital para todas las naciones civilizadas (Fajardo, 1999).
De este modo, Marx advierte no solo el auge de las grandes corporaciones sino también la crisis de los estados nacionales; mientras que su gran yerro fue el haber considerado que naturalmente el capitalismo caería.
En el extremo opuesto, el acierto de Nozick fue el de quitar ingenuidad a la postura capitalista blanda, marcando el inequívoco e indisimulable sentir corporativo; mientras que su enorme error fue considerar que podía darse marcha atrás con los postulados que tendían a mitigar los efectos del capitalismo mediante la injerencia estatal.
Entre ambas posturas contrapuestas se encuentran aquellas que intentan explicar los fenómenos del capitalismo sin hacer futurología o directamente destronarlo mediante acciones revolucionarias y que, en definitiva, sirven de guía para entender el fenómeno que, indudablemente, mueve los hilos de las relaciones entre gobiernos, corporaciones y gentes en todo el mundo, sin avizorarse —por ahora— una crisis que pueda quitarlo del sitial en el que se encuentra.
Referencias bibliográficas
Busdygan, D. y otros (2014). Filosofía. Capítulo IV. Bernal, provincia de Buenos Aires: Universidad Virtual de Quilmes.
Marx, K. y Engels F. (1848). Manifiesto del partido comunista. Digitalizado para el Marx-Engels Internet Archive por José F. Polanco en 1998. Retranscrito para el Marxists Internet Archive por Juan R. Fajardo en 1999. Recuperado de: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
Hobbes, Th. (1997). Leviathan. Barcelona: Ed. Altaya.
Hobsbawn, E. (1997). La era de la revolución 1789-1848. Buenos Aires: Ed. Crítica.
Nozick, R. (1988). Anarquía, Estado y utopía. Ciudad de México: Ed. Fondo de Cultura Económica.
Locke, J.(2005). Ensayo sobre el gobierno civil. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes.
Weber, M. (1979). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Madrid: Ed. Península.
¿Cómo citar este artículo?
Fermosel, C. A. (2015). El capitalismo mitigado como elección actual de la humanidad. Sociales y Virtuales, 2(2). Recuperado de http://socialesyvirtuales.web.unq.edu.ar/el-capitalismo-mitigado-como-eleccion-actual-de-la-humanidad/
Ilustración de esta página extraída de: Tobío, O. (2000). Economía hoy: la globalización y la nueva relación sociedad-naturaleza. Kapelusz, Buenos Aires.