por Cristina Carballo[1]
La salud de las ciudades desde tiempos remotos estuvo asociada con nuestra forma de aprehender el mundo y con alguna idea de naturaleza. Naturaleza cuya determinación ha sido externa, mágica o divina, para luego convertirse en un hecho medible y reemplazable, o concebir a lo natural como una simple ilusión o símbolo. Es decir, colocamos significados y alcances sociales a lo que entendemos como naturaleza y, con ello, también manipulamos lo natural. Por ejemplo: naturalizamos los escenarios de la realidad social en tiempos y espacios de pandemia. Para el lector distraído, las desigualdades y las crisis urbanas se presentan como hechos disociados e ingenuos. Entonces, hay más pobres porque tienen más niños, la ciudad se inunda porque llueve un poco más de lo conocido, o importamos un virus que la ciencia aún no conoce el antídoto para combatirlo: COVID-19. Algo así como un castigo cósmico made in China.
La ciudad siempre fue un hecho social intencional, pleno de ideología, cuya concreción necesitó de la elección y apropiación del lugar. Diversos diálogos entre el mundo simbólico y la idea de naturaleza construyeron socialmente aquello que denominamos ciudad. Hoy construimos urbanizaciones cerradas con lagos artificiales, o cambiamos la dinámica hídrica de una cuenca recreando ilusiones o imágenes de naturaleza en la ciudad. Dejamos de lado la integración social urbana que inspiraba una sociedad mejor. Y, de esta forma, provocamos una acumulación de riesgo social y ambiental como un hecho naturalizado y disociado del resto del paisaje urbano. Pero la ciudad es un todo y cada vez, más complejo. La pandemia pone de manifiesto los síntomas de la crisis urbana de la que somos parte. La evidencia de la injusticia urbana no son argumentos declarativos, sino que se trata de poner en la mesa el pésimo sistema de transporte público, la debilidad del sistema sanitario, la propagación del hábitat precario y la falta de un saneamiento urbano acorde a su población. Procesos acumulativos que prácticamente no podremos cambiar con una simple aspirina milagrosa. La pandemia en la ciudad es como la frutilla del postre. La acumulación del capital, por un lado, y la acumulación de la pobreza, por otro, son en esencia un único problema geográfico; parafraseando a David Harvey (al que podríamos agregar) es un problema que tiene como epicentro el espacio urbano mundial.
Ahora bien, esta forma de habitar el mundo en conglomerados metropolitanos devino en el siglo xxi en un planeta urbano. El costo de la urbanización neoliberal de fines del siglo xx ha sido muy alto y continúa siéndolo. En el 2050 el 70 % de la población mundial vivirá en ciudades. El punto es: ¿en qué ciudades? Recuperar el sentido de la ciudad ha sido siempre un reto histórico, y éste creo que es el principal debate de la actual pandemia. ¿Qué ciudad estamos pensando para nuestro presente?
La vitalidad de la ciudad se siente en la vida cotidiana tanto en la escala individual como colectiva. Desde tiempos remotos, la ciudad se concebía como el umbral entre lo divino y lo pagano. La ciudad era tiempo y espacio sagrado, en ella residían los templos y los dioses. Era la frontera entre la civilización y el caos. El crecimiento social desigual en las primeras urbes trajo consigo enfermedades, hambre, problemas sociales de todo tipo, incertidumbre y sentimientos encontrados frente a la desesperación. Recordemos que hasta hace unos siglos los residuos y las aguas negras se volcaban directamente a la calle, como si tal cosa… el agua era un bien escaso… (situaciones cotidianas en villas, favelas o asentamientos). También la ciudad contaba con las áreas de “pan llevar”, las que fueron indispensables para el abastecimiento de los citadinos, en el presente desplazados por mega emprendimientos privados o rellenos sanitarios sin control. En el pasado las epidemias eran frecuentes, dado que poco se sabía del distanciamiento social como barrera sanitaria. El distanciamiento social es, sin duda, una unidad geográfica de espacio-tiempo que hoy conocemos bien y practicamos frente al misterio científico del COVID-19. Las pestes de todo color y olor recorrían los asentamientos y urbes entre oriente y occidente, entre la costa atlántica y pacífica, siguiendo viejas rutas marítimas, migraciones o comercio. Hoy el virus fatal es vehiculizado a través de aviones, ferrocarriles o subterráneos. Difusión espacial que podemos representar, minuto a minuto, gracias a una cartografía interactiva que describe los lugares y los números de contagios y muertes. Información impensable en otros tiempos. Crónicas urbanas de tan solo un siglo atrás nos relatan los impactos provocados por los duros inviernos o secas impensadas, con ello el malestar social, la insalubridad, el hambre y la crisis. La literatura latinoamericana nos narra historias de cólera, lepra o tuberculosis donde los más pobres hacinados son los principales vulnerados. Sin embargo, la enfermedad se propaga por doquier, desconociendo el estatus del vecino, y con ello, la migración forzosa hacia el afuera de la ciudad. Llegará tras la masacre la respuesta del higienismo urbano y la comprensión de la ciudad como un solo cuerpo vital. Sin duda, con logros y fracasos.
En buena parte del planeta los problemas se multiplicaron en las últimas décadas con la ilusión del neocapitalismo generando nuevos pobres migrantes y urbanos. En conjunción a esta dura realidad urbana los dioses de este mundo global nos proponen una cultura digital en espacios de consumo. Pero la ciudad no es pasiva, la ciudad es vital y es la principal protagonista del cambio social. Cuenta de ello son las manifestaciones en repudio al racismo actual donde miles de personas ocupan las principales arterias de las ciudades en tiempo de pandemia, ¿sin importar la muerte? El debate que nos provoca la pandemia podemos traducirlo –desde las ciencias sociales y desde el espacio urbano– en la criticidad social de la enfermedad que pone en juego la diferencia entre la vida y la muerte. Podríamos acordar con el lector, y de esta manera dejar el debate abierto, que esta pandemia no se trata solo poniéndonos el barbijo.
Nota
[1] Cristina Teresa Carballo es docteur en Geographie Sociale (Francia). Magíster en Políticas Ambientales y Territoriales y profesora de Geografía por la Universidad de Buenos Aires. Fue coordinadora de la carrera Licenciatura en Información Ambiental en la Universidad Nacional de Luján y directora de la Maestría en Ambiente y Desarrollo Sustentable de la UNQ. Actualmente, es investigadora, docente y directora de la Licenciatura en Geografía (modalidad virtual), Universidad Nacional de Quilmes.
¿Cómo citar este artículo?
Carballo, C. (2020). No solo se trata de barbijos. Debatir el cuerpo urbano en tiempos y espacios de pandemia. Sociales y Virtuales, 7(7). Recuperado de http://socialesyvirtuales.web.unq.edu.ar/no-solo-se-trata-de-barbijos
Ilustración de esta página: Torres, A. R. (2020). Panorámica de confinamiento. [Fotografía]. En Sociales y Virtuales y Programa de Cultura (Coords.), exposición artística #YoMeQuedoEnCasa. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes.
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