Obras literarias SyV 16

Cola de chancho

por Mónica Rubalcaba Monica Rubalcaba

La marcha suena en la radio… 

Tras su manto de neblinas/No las hemos de olvidar…

Decido apagar ese sonido atronador que hace la canción en mi cabeza. Pero no resulta: el silencio también martilla mis sienes con insistencia.

Espero el llamado desde temprano, pero no llega, y cruzo sin pensarlo al kiosco de diarios para leer novedades. El frío de junio castañetea mis dientes, subo un poco más el cuello del pulóver que me tejió mamá con la Knittax, y llego a la esquina empujando el viento con la frente, como un toro de lidia. La vieja se lució, pienso, y repaso el inventario: tres bufandas cuatro pulóveres dos pares de mitones unas polainas. Le sacó provecho a la máquina de tejer. La compra fue casi un lujo, pero con cinco hijos la inversión rinde. 

Llego al puesto y pido el Clarín. Mis dedos se resisten a salir del calor de los bolsillos y agarran con dificultad el ejemplar doblado al medio que me ofrece don Osvaldo: 

-Tomá, nena. 

Despliego el diario y leo “Intensos bombardeos argentinos sobre las posiciones británicas”. Un nudo aprieta mi garganta, las lágrimas corren sin poder evitarlo y vuelvo sobre mis pasos hasta casa.

***
La veo entrar, llorosa. Disimula hablando del viento frío en la cara. Pero sé que es otra cosa, la misma desde hace dos meses. Pobre, mi nena. Como al pasar toca el teléfono que no suena, lo roza con los dedos, y sigue hasta su pieza. Recojo el diario que dejó en la mesa del comedor y leo el titular. Entiendo todo.

***
Los días que se acortan son eternos para mí. El llamado desde el sur no llega, y el conflicto va en aumento. Un día dos días tres días una semana dos semanas un mes dos meses… La última carta es de abril, antes de embarcar, y la promesa del llamado en cuanto estuviera en condiciones de volver me tiene atada al cable enroscado de este teléfono. Parece la cola de un chancho, bueno, de un chancho que tuviera la cola larga. Lo estiro para probar hasta dónde llega el espiral; logro sentarme en el silloncito bajo. Sin soltar el tubo, estiro mis piernas hacia adelante y recuesto mi espalda en la pared, acodándome en el respaldo. Así me voy a poner cuando llame, digo, y ensayo rostros, expresiones, gestos, tonos de voz. “¿Ya? ¡Qué alegría! Te voy a estar esperando”. “¿Cómo que todavía no? ¿Cuándo creés que te dan la baja?”. “¡Ay, la mejor noticia! En cuanto llegues armamos una fiesta”. Pruebo una y mil opciones hasta que el llamado se haga realidad.

***
De noche me asomo a su pieza cuando duerme y la escucho quejarse entre sueños. Son apenas gemidos, parece un bebé, mi nena grande, mi adolescente. Respira con su ronquidito suave, resopla, se mueve. Creo que llora dormida, no quiero despertarla. Nunca me cuenta nada, pero sé que no piensa en otra cosa. La carta que él le mandó está sobre la mesita de luz, leída y releída. Yo la dejo, no toco sus cosas, pero quisiera que la guardara y se olvide por un rato. Que salga a dar una vuelta con las amigas, al menos. Imposible convencerla. 

Subo la intensidad de la pantallita a gas que calienta su pieza, miro a mis otras nenas –mis adolescentes– que duermen profundo y me voy sigilosa para que no me oiga.

***
Cruzo temprano la calle para tener el diario antes que nadie en casa. Me apuro hasta la esquina, emponchada e irreconocible. No tanto, bah, porque don Osvaldo, como todos los días:

-Tomá, nena.

Estoy tiritando, por ahí tengo fiebre. En cuanto llego a casa me pongo el termómetro, pienso. Despliego el diario y leo: “Cesaron los combates en las Malvinas. Negocian el retiro de las tropas argentinas”. Me da un vuelco el corazón: ayer lo anticipaban en la radio, en la tele. ¿Y ahora? 

Qué me importa el resultado, 3 a 1 es un resultado, la guerra no tiene resultados.  Las cuentas de matemática tienen resultados. La lotería tiene resultado. El examen tiene resultados. Un combate no tiene resultado, un análisis de sangre tiene resultados.

Resultados resultados resultados. La palabra se vuelve pegajosa y de repetirla pierde sentido. El resultado oficial. Nada tuvo el resultado que esperábamos.

Vuelvo, guardo el diario en mi mochila, me pongo el guardapolvo y la campera y corro hasta la esquina para tomar el colectivo. No me gusta llegar tarde, y hoy hay prueba con Acuña –ya sabemos que es implacable–. Como todas sus clases, lo primero que hace es preguntar si alguien trajo el diario para comentar los titulares. Siempre terminamos hablando de otras cosas: de la vida, de política –es radicheta–, de las parejitas del curso, de los novios y novias de fuera del curso, de la guerra. De qué carrera vamos a seguir.  Si nadie trajo el diario: mini evaluación sobre el tema del día. Vieja ridícula, qué tiene que ver, si das Geografía, no Periodismo. Igual hoy hay examen largo y avisado: mapa climático de la Patagonia, isobaras, isotermas, isoyetas. Saco mi diario y se lo ofrezco. Me lee la cara. 

—¿Noviecito en la colimba?

No logro reprimir una mueca de fastidio, de dolor, de bronca. No puedo evitar sonrojarme como siempre. La odio. La odio. De pronto, hace algo que me desconcierta: estira su mano huesuda hasta la mía, la aprieta, me mira a los ojos. Los tiene húmedos. Uy, es humana la vieja esta.

—Va a volver.

No puede saberlo, nadie lo sabe, pero me aferro a sus palabras como si fueran la verdad revelada. 

***
Llego a casa, repaso mentalmente el examen y el mapa del clima patagónico y pienso en el frío de mierda que debe hacer ahí en este momento.

Suena el teléfono. 74 días. Por fin. Corro, estiro la cola de chancho hasta donde da, como estiré los días, las horas, oink, oink, pero no logro hacer nada de lo que había pensado.

Tiemblo.

—Hola, mi vida. Vuelvo. 

 

¿Cómo citar este artículo?

Rubalcaba, M. (2022). Cola de chancho [cuento]. Sociales y Virtuales, 9(9). Recuperado de http://socialesyvirtuales.web.unq.edu.ar/cola-de-chancho/

 


Ilustración de esta página: Villano, E. (2016). Puerto Argentino es el principal puerto y la única ciudad de las Islas Malvinas, con 2480 habitantes (según el censo de 2016)[fotografía]. Serie Malvinas.

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