por Romina Salas[1]
Resumen
En el presente artículo se pretende abordar el estudio del fascismo hilando diferentes interpretaciones para lograr una perspectiva más completa a la hora de conceptualizar este proceso y evitar caer en conceptos abstractos o estereotipados. Para ello, se recurrirá a historiadores especializados en el estudio del fascismo, como lo son Robert Paxton, Ferran Gallego y Roger Griffin.
El desafío del trabajo es lograr una complementación de los diferentes autores en forma orgánica y ordenada, que permita dar con el objetivo de expresar al fascismo, no como un fenómeno genérico y estático, sino a través del análisis del proceso de estructuración de su poder. Se anexa a este análisis el estudio de los contrastes que existieron entre la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, a la vez que se profundiza en el concepto de fascismo auténtico y se busca dejar en evidencia algunas de las paradojas existentes entre la condición moderna y el movimiento político.
Palabras clave: fascismo, nazismo, modernidad.
Introducción
Para definir al fascismo recurrimos al texto Anatomía del fascismo (2004) de Robert Paxton[2], desde el cual se busca presentar y desarrollar los rasgos que lo caracterizan como modelo político, con foco en las estructuras paralelas de los fascismos en los procesos de llegada y ejercicio del poder. El aporte que otorga este escrito es el abordaje del fascismo genérico[3], en el que se toman en cuenta las variaciones y complejidades que permiten determinar su funcionamiento, prestando atención a la importancia de ciertos actores sociales y las alianzas que resultaron cómplices del movimiento. Posteriormente, se contrastan el modelo fascista italiano y el modelo nazi alemán, haciendo uso del ya mencionado texto e incorporando el artículo de Ferrán Gallego[4] titulado “El nazismo como fascismo auténtico” (2003), a través del cual se busca profundizar en la conceptualización del término fascismo desde la hipótesis que ubica al fenómeno alemán como la esencia de este.
Por último, nos proponemos exponer la relación entre el fascismo genérico y la condición moderna, dejando en evidencia los contrasentidos que atraviesan estas relaciones. Para lograrlo, tomamos como insumo el capítulo “Las paradojas del modernismo fascista”, del libro Modernismo y fascismo: la sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler (2001), de Roger Griffin[5].
Componentes de la experiencia fascista tradicional[6]
La llegada de nuevas ideas impulsadas desde el Romanticismo y las secuelas que dejó en la sociedad europea la Gran Guerra permitieron que nuevos movimientos políticos ejercieran influencia, dando lugar al dinamismo fascista a comienzos del siglo XX. Según Robert Paxton, este movimiento contó con dos puntos claves para su análisis objetivo: la llegada al poder, por un lado, y el ejercicio del poder, por el otro. En el primero de estos puntos se buscó romper con la perspectiva mitológica creada por la propaganda fascista, a lo que el autor refiere como “una falsa interpretación generalizada de la llegada fascista al poder” (p. 105). Por esta razón, el avance fascista es considerado como un proceso en el que se formaron alianzas, se eligieron opciones y se eliminaron alternativas, y que, a la vez, tuvo etapas de formación, de maduración y de consolidación.
Para el análisis del proceso de formación del fascismo, debemos tomar en cuenta las crisis prefascistas, las cuales se produjeron en contextos de gobiernos que tenían problemas económicos, un fuerte sentido de humillación nacional y en una situación de parálisis del Gobierno constitucional. Estos factores, sumados a los avances ideológicos de las izquierdas, se reflejaron en el incremento de puestos parlamentarios, lo que favoreció la percepción del fascismo como un movimiento viable para la creación de alianzas en pos de debilitar a las izquierdas. Paxton define al proceso de llegada al poder como una serie de pasos cruciales, en el que los representantes del orden establecido intentaron incorporar el impulso fascista y a los militantes del movimiento para perdurar en él.
Ante el debilitamiento de las autoridades constitucionales y las crisis agudizadas por la propia violencia fascista, los gobiernos fueron llevados a tomar decisiones económicas y políticas más decisivas, dando lugar a las alianzas que permitieron al fascismo llegar a una nueva etapa, en la que estos partidos lograron mutar y madurar para llenar el hueco de poder que se necesitaba en sociedades como la italiana y la alemana de este período. Los fascismos otorgaron a los conservadores la posibilidad de lograr una mayoría parlamentaria que excluyese a los partidos de izquierda, además de disponer de militantes y una fuerza que resultaba como una bocanada de aire fresco para sus gobiernos estancos. Se trató de una serie de negociaciones por el poder, basado fuertemente en la violencia directa. Respecto a esto, Robert Paxton (2004) dice:
Ninguno de ellos se hizo con el timón por la fuerza, a pesar de que ambos habían utilizado la fuerza antes de llegar al poder con el fin de desestabilizar el régimen existente y ambos habrían de utilizar la fuerza de nuevo, una vez en el poder, con el fin de transformar sus gobiernos en dictaduras. (p. 115)
A través de esta cita el autor señala que ambos caudillos fascistas, Hitler y Mussolini, fueron invitados a gobernar en primera instancia, por lo que el supuesto mitológico de una toma de poder a través de golpes de Estado carecería de validez. A raíz de esta afirmación, se validaría la hipótesis de Paxton en la que se sostiene que no se trataron de golpes insurreccionales contra un Gobierno establecido, sino más bien de senderos fascistas que necesitaron de la cooperación de las elites conservadoras para instaurarse legítimamente en el gobierno.
Sin embargo, esa condición de socio subalterno a la que muchas veces se veía relegado, no coincidía con las pretensiones fascistas de dirigir la historia y transformar la nación. Paxton sugiere que el éxito del fascismo se basó en el entendimiento del tipo de espacio político que se abrió ante las crisis prefascistas, los avances de las izquierdas y la conciencia de la desesperación conservadora, perspectivas que permitieron al partido fascista madurar como movimiento. De esta forma, este autor señala que la mutación fascista para encajar en puestos de poder, sumada a la creación de alianzas políticas con los sectores dominantes, llevaron al estrechamiento del espacio político, lo que implicó la concentración del poder en unos cuantos individuos, situación que abrió camino a los caudillos fascistas.
Siguiendo con la tesis del mismo autor, las condiciones necesarias para el avance fascista eran las siguientes: la sociedad debía estar polarizada, pasar por un momento de paralización del gobierno constitucional, además de contar con una masa movilizada en contra de enemigos internos y externos, y presentar complicidades entre las elites gobernantes y los grupos fascistas. La suma de estas características diagnosticaría a los países que atravesaban una crisis de legitimidad de los partidos gobernantes y daban lugar a que los fascismos consolidaran su poder.
El otro punto clave en el que se apoya Paxton para analizar al fascismo es el ejercicio del poder. Una vez que los líderes fascistas alcanzaron el máximo cargo semiconstitucional, no tardaron en convertir ese punto de apoyo en una dictadura directa, y completaron su control del Estado transformando un cargo semiconstitucional en una autoridad personal, a través de las revoluciones fascistas, en donde capitalizaron el temor generalizado al terror comunista.
Con relación a la forma de ejercicio del poder, el autor afirma que se trató de una fricción constante entre el caudillo, su partido, el Estado y las elites tradicionales del poder social, económico, político o cultural. Tratándose de un gobierno que poseía centros de poder múltiples, relativamente autónomos, entregados a una tensión y una rivalidad constante. Sobre estas oposiciones el autor de Anatomía del fascismo dice: “Debemos ver al Gobierno fascista como una lucha interminable por el predominio dentro de una coalición, exacerbada por el colapso de las limitaciones constitucionales y del imperio de la ley, y por un clima imperante de darwinismo social” (Paxton, 2004, p. 143).
Sin embargo, otras perspectivas historiográficas redujeron estas luchas a un conflicto entre el partido y el Estado, como consecuencia de un Estado dual, en el que se enfrentaba el Estado normativo, compuesto por las autoridades legalmente constituidas y el funcionamiento tradicional, con el Estado prerrogativo, formado por las organizaciones paralelas del partido.
Paxton señala que también entraron en pugna elementos ajenos al Estado, ya que los regímenes fascistas sustituyeron con organizaciones propias a los centros de poder tradicionalmente independientes como sindicatos o asociaciones juveniles y profesionales, entre otros. Las diferencias producidas entre los cuatro elementos (caudillo, partido, Estado y elites tradicionales) dieron lugar a una colaboración conflictiva en estas dictaduras: el caudillo fascista, su partido (que le exigía incentivos), las fuerzas que operaban en el aparato del Estado y la sociedad civil. Ningún rival podía presidir del otro por miedo a desbaratar el equilibrio que mantenía al grupo en el poder y a la izquierda controlada. Esta tensión llevó a definir al proceso como una amorfia dinámica[7].
A la hora de hacer una lectura del texto de Robert Paxton a través de los contrastes entre los regímenes de Hitler y de Mussolini, logramos dar con testimonios que profundizan el entendimiento de los procesos que definieron al fascismo, dejando en evidencia tanto las múltiples semejanzas que aluden al fascismo genérico como las diferencias. Cuando analizamos la llegada al poder en Italia, se presenta a la Marcha sobre Roma[8] como acontecimiento ilustre; sin embargo, el autor señala que una vez dejada de lado la mitología fascista, se puede observar el contexto en el que se encontraba Italia los años previos. El país se encontraba prácticamente sin gobierno efectivo desde 1922, con un Parlamento en pugna entre las izquierdas, organizadas y divididas en dos partidos irreconciliables, y el partido católico. Entre estas coaliciones no había demasiado lugar para las alianzas, pero la decisión del ministro Giliotti[9] de incluir a los fascistas en el «Bloque Nacional» en 1921 fue el primero de varios pasos cruciales para el fascismo[10].
En contraposición a la situación italiana, Paxton afirma que la llegada de Hitler al poder fue el resultado de una conspiración palaciega[11]. Tras el intento fallido de tomar el poder en Múnich, el líder nazi pudo recobrar el impulso con la crisis económica de 1930 y el debilitamiento de las legitimidades de la República de Weimar. Hitler representó una gran oportunidad para los conservadores, cuyo éxito electoral le permitió tener mayor autonomía para las negociaciones. Sin embargo, fue la rivalidad entre Von Papen[12] y Schleicher[13] lo que salvó al caudillo nazi, ya que Von Papen, resentido por haber perdido su puesto, lanzó una campaña con Hitler como canciller.
Con respecto a las alianzas, tanto Hitler como Mussolini tenían ofertas de los conservadores, incluso había cierta competencia por incorporar el impulso fascista. En Alemania, Schleicher compitió con Von Papen por conseguir el apoyo nazi. Y en Italia se enfrentaron Giolitti con Salandra[14] por la unión con el fascismo. Estas alianzas con los conservadores llevaron a Hitler y a Mussolini al máximo cargo semiconstitucional, pero, de igual forma, tenían aún un gobierno limitado. Robert Paxton señala que el caudillo alemán “tuvo suerte” ya que, en vez de tener que buscar socios de coalición para incrementar su poder, se le presentó la excusa ideal para dar un golpe de Estado desde dentro, con el incendio del edificio del Reichstag en 1933, Berlín. De este modo, Hitler pudo disolver los partidos políticos y hasta prolongar su autoridad cuando en 1937 se había expirado.
La revolución de Mussolini fue más gradual, y la lucha entre rivales y aliados se resolvió de forma mucho menos definitiva que en Alemania. Mussolini pareció resignarse al puesto de ministro del parlamento normal, aplicando políticas conservadoras. Sin embargo, ante una campaña en el senado y los escándalos por el asesinato del secretario del Partido Comunista G. Matteotti, Mussolini logró superar y consolidar al fascismo aceptando la responsabilidad política, mientras que las milicias cerraban periódicos y organizaciones de la oposición. Tras esta medida, el caudillo aprobó una serie de leyes para la defensa del Estado que reforzaron el poder de la administración y la censura y restauró la pena de muerte. Para principios de 1927 Italia se había convertido en una dictadura de partido único.
A diferencia del contraste abordado por Paxton, Ferran Gallego hace una interpretación de las equivalencias entre fascismo y nazismo, en la que considera como hipótesis principal que “el nazismo es algo más que la variable alemana del fascismo” (p. 1), desde una perspectiva en la que se profundiza en la inserción del nazismo al término fascismo, para poder afirmar que el nazismo es un fascismo auténtico en términos de modelo y experiencia. De esta forma, el historiador español procede a separar al nacionalsocialismo alemán del fascismo italiano y, así, ver con mayor profundidad las propuestas de civilización que cada uno tuvo respecto a los principios de Ilustración y democracia, más allá de la estructura institucional. En esta lectura de contrastes, Gallego afirma que mientras en Italia el fascismo se pareció a una orfebrería política (ya que articuló las alianzas políticas, los compromisos de clase, los factores de adhesión de masas, el andamiaje corporativo, el caudillismo y las fricciones entre partido y gobierno del régimen fascista), el nazismo proporcionó una versión más depurada[15]. Estos contrapuntos dieron lugar a una objeción metodológica sobre la formulación del concepto, ya que se le asignaba una carencia al fascismo italiano (que resultaría el verdadero fascismo) en lugar de atribuirle un exceso al nazismo. La carencia del fascismo italiano a la que refiere el autor es la postura política del biologismo nazi, la cual define como una respuesta ante los anhelos colectivos alemanes:
El racismo podía conectar mejor con las preocupaciones generadas por el mismo trayecto del progreso social, por los conflictos de clase, por la necesidad de interpretar la pobreza, por el deseo de regular las relaciones internas de un mundo complejo, por el ansia de proporcionar soluciones al problema social, contribuyendo a poner orden, a cauterizar las heridas abiertas por el caos de la modernidad a través de las terapias ofrecidas por la ciencia. (Gallego, 2004, p. 3)
Es decir que, ante la lectura de Ferran Gallego, el aporte racista del nazismo se debió a la lectura moderna de una terapia de los problemas alemanes expuestos por la ciencia, entendiendo al modelo alemán como un esquema saludable que tomaba acción ante los síntomas de desorden. Esta postura del nazismo tenía que ver con una serie de factores, como las predisposiciones ideológicas, los avances en las investigaciones biológicas, la difusión de la ciencia higienista, la popularización del antisemitismo y el resurgimiento de tradiciones jurídicas que excluían a la sociedad. Ferran Gallego refiere al nazismo como un fascismo más profundo, expresado en mayor potencial, por lo que argumenta que debería ser considerado como fascismo auténtico, aunque señala que no es casualidad que el nazismo esté integrado al concepto de fascismo, ya que considera que se trató de una estrategia para establecer una aceptación de un fascismo alejado del racismo, reduciéndolo a un gobierno extremadamente autoritario que negaba los derechos declarados por el liberalismo. De este modo, el fascismo sería una simple reacción frente a la democracia, en lugar de ser vista como un proyecto de fabricación de un escenario social completo.
Gallego define al fascismo como una abjuración y señala que al fascismo se lo buscó hacer encajar en la lógica de la modernidad, a través de una dinámica que intentó plantear la equivalencia entre modernización y democracia. Sin embargo, ante los ojos de este autor, esa posición conlleva a que no se logre entender “las verdaderas razones que hicieron apasionante el fascismo para muchos” (p. 5), la funcionalidad que vieron en el modelo político quienes observaron sus factores positivos, y la íntima relación que hacía que una sociedad fuera al mismo tiempo moderna y antidemocrática.
Basándonos en el eje problemático que plantea al nazismo como fascismo auténtico, decimos que el fascismo no se apoyó solo en el empeoramiento de las condiciones socioeconómicas, ni en los discursos impresionistas de la pérdida de estatus, ni de respetabilidad; sino que se trató de la capacidad de homogeneización de la sociedad a través del discurso nacional-populista, discurso que esparció la sensación de disconformidad y desapego de la República de Weimar, a la vez que tomaba medidas coercitivas (Gallego, 2003). De esta forma, al aislamiento político nazi y su diferencia ideológica se fueron convirtiendo en una postura cómoda para algunos sectores de la sociedad alemana tras el desencanto del período inicial de la República de Weimar.
Este discurso llevó a diferentes sectores de la sociedad a desertar su postura democrática, ya que se presentaba una alternativa, la cual encarnaría la voluntad nacional de la Alemania de mediados del siglo XX. La propaganda nazi presentaba al nazismo como la representación de la comunidad, aludiendo a la abdicación de los derechos individuales y su recuperación en un ámbito colectivo. También se presentaba al nazismo como la fórmula para lograr la organización de la sociedad, a través de la burocracia meticulosa. De esta forma, una vez que se produjo la inauguración del Tercer Reich, los discursos planteaban al acontecimiento como un “proceso de revolución restauradora de la comunidad popular” (Gallego, 2003, p. 13).
Por su parte, Roger Giffin presenta en su libro Modernismos y fascismos la relación que existe entre estos conceptos y cómo este último no era antimoderno en esencia, solo rechazaba “los elementos presuntamente degenerados de la época moderna” y defendían un “nuevo tipo de sociedad” bajo la idea de un “modernismo alternativo” (p. 37). La premisa del autor parte del entendimiento de los fascismos como trastornos históricos de la época, los cuales representaban la agonía del mundo moderno, que se encontraron bajo la defensa de la razón ilustrada y del capitalismo liberal. Y entiende al modernismo como una fuerza cultural, social y política, fruto de una modernidad occidental que se encontraba en una crisis que hasta 1914 era profundamente subjetiva y posteriormente entendida como objetiva y estructural.
A través de su tesis, Griffin intenta presentar una relación de unidad entre fascismo y modernismo, para lo cual, busca expandir las fronteras semánticas del concepto modernismo. El fascismo transmite una imagen de fuerza reaccionaria, premoderna, pero Griffin sostiene que esa percepción es incorrecta. El autor sostiene que el fascismo está integrado por contradicciones, y le resulta difícil creer cómo gobiernos fascistas, cargados de violencia y persecución, contaron con tantos artistas, diseñadores, arquitectos de la vanguardia; o cómo el régimen de Mussolini pudo promover el regreso a las tradiciones rurales y la clarificación del pasado romano y, a la vez, llevar adelante medidas sumamente progresistas, entre otras paradojas. Ante estas cuestiones, Griffin sostiene que los fenómenos dispares como el fascismo, las corrientes artísticas, las vanguardias, provienen de un mismo matiz cultural.
De este modo, adherimos a la conclusión de Roger Griffin que dice que los fascismos son considerados como una variante del modernismo, a diferencia de posturas vanguardistas o tecnócratas que los consideraban antimodernos. Este autor en su texto logra presentar una perspectiva fresca en la que se reconoce a los regímenes fascistas de Hitler y Mussolini como modernistas.
Reflexiones finales
A modo de epílogo podemos decir que el presente artículo pretendió cumplir con los puntos expuestos en la introducción, al asignar al fascismo un cuerpo de ideas y procesos para su conceptualización a partir de la articulación de los discursos historiográficos de los historiadores trabajados. Para lograrlo, partimos del eje problemático abordado por Robert Paxton, en el que define a los regímenes fascistas como procesos que generaron alianzas, examinadas bajo los puntos de llegada y ejercicio del poder. Siendo estas alianzas fascistas- conservadoras un paso fundamental para los regímenes. Las complicidades dadas eran una serie de negociaciones por el poder, basadas en la violencia directa, la cual era medida bajo un doble estándar, otorgando libertades a los regímenes fascistas para sus accionares impetuosos.
Retomamos la tesis de Paxton que señala a la violencia callejera y a la claridad con la que los fascistas interpretaron lo que las sociedades necesitaban como las herramientas que hicieron posible su éxito, ya que contaron con una fuerza de choque y se amoldaron al hueco político de Italia y Alemania. Siguiendo con las hipótesis de este autor, señalamos las cuatro condiciones necesarias para el avance del fascismo, que son la polarización, la paralización, la movilización de las masas y las alianzas del partido con las elites gobernantes. Una vez llevadas a cabo las revoluciones fascistas se dieron una serie de fricciones internas, debido a que se trataba de gobiernos con múltiples centros de poder: el caudillo, su partido, el Estado y las elites tradicionales.
Los contrastes entre los regímenes de Italia y Alemania nos permitieron aportar testimonios de los procesos mencionados previamente y, a la vez, otorgar una base sobre la cual anexamos la teoría de Ferrán Gallego, quien a partir de las desemejanzas plantea la hipótesis que dice que el nazismo es más que la variable alemana del fascismo, afirmando que este es un fascismo auténtico en términos de modelo y experiencia. Esta afirmación la fundamenta a través de una lógica de carencias y excesos, y la teoría moderna de cuerpo enfermo que presentó el biologismo racial.
Por otro lado, relacionamos la lógica de la modernidad que usa Ferrán Gallego para plantear la equivalencia entre modernización y democracia, con la tesis del escrito de Roger Griffin en el que se entiende al fascismo y al modernismo como conceptos integrados en los regímenes de Mussolini y de Hitler, tratándose de un modernismo alternativo a pesar de las paradojas.
Notas
[1] Estudiante del ciclo superior de la Licenciatura en Historia de la Universidad Nacional de Quilmes.
[2] Robert O. Paxton es un historiador y politólogo estadounidense, autor de varios trabajos sobre el fascismo y la Francia de Vichy.
[3] El término fascismo genérico surgió a partir de las investigaciones sobre el fascismo de Ernst Nolte, Der Faschismus in seiner Epoche y de Eugen Weber, Varieties of Fascism, ambas publicadas en 1964. Los autores coinciden en la existencia de este término, el cual representa un fenómeno político pluriforme.
[4] Ferran Gallego es un escritor e historiador español especializado en la extrema derecha europea y americana, el fascismo y el nazismo.
[5] Roger D. Griffin es un profesor y teórico político británico, especializado en dinámicas sociohistóricas e ideológicas del fascismo.
[6] Término sinónimo de fascismo clásico que alude específicamente a los fascismos en Italia y Alemania del siglo XX, sin implicar las otras experiencias del fascismo o neofascismo.
[7] Término utilizado por Robert Paxton para caracterizar la dinámica del fascismo, entendida como deformidad orgánica.
[8] La Marcha sobre Roma fue la experiencia simbólica que marcó el inicio del régimen fascista en Italia, en la que Benito Mussolini convocó a los camisas negras (militantes del Partido Nacional Fascista) a que se manifestaran en las principales ciudades del país logrando la renuncia de las autoridades parlamentarias socialistas. El hecho tuvo lugar los días 27, 28 y 29 de octubre de 1922.
[9] Giovanni Giolitti fue un político italiano que se desempeñó como ministro y parlamentario desde 1880 hasta la llegada del fascismo al poder. Su estrategia política se basó en hacer una coalición de gobierno flexible y centrista que aisló los extremos de la izquierda y la derecha en la política italiana.
[10] Para cuando se llevó a cabo la Marcha sobre Roma en octubre de 1922, Mussolini ya estaba ocupando el cargo.
[11] El término utilizado por Robert Paxton retoma la afirmación de Alan Bullok, quien dijo que Hitler había sido “elevado” al cargo por una “conspiración palaciega”, ya que hasta 1930 los cargos de canciller eran ocupados por caballeros.
[12] Franz Von Papen fue un militar y político alemán de la República de Weimar y del Tercer Reich. Perteneció al Partido de Centro Católico y fue nombrado canciller por el presidente Paul Von Hidenburg. Fue uno de los representantes políticos del movimiento revolucionario conservador.
[13] Kurt Von Schleicher era un militar alemán, autoritario, conservador, pero relativamente moderado en política económica. Se desempeñó como el último canciller de Alemania durante la República de Weimar. Llegó a convertirse en ministro de Defensa del gabinete debido a la intervención de Franz Von Papen. Cuando Schleicher comenzó a demostrar autodeterminación comenzaron los conflictos entre sí. Schleicher legalizó las SA, e incitó a las fuerzas paramilitares a crear disturbios. En las elecciones de noviembre de 1932 Von Papen fue obligado a dimitir y Schleicher le sucedió como canciller de Alemania.
[14] Antonio Salandra fue un político y jurista italiano conservador, se desempeñó como presidente del Consejo de Ministros del Reino de Italia entre 1914 y 1916, sucediendo a Giovanni Giolitti, con quien posteriormente se disputó el apoyo del fascismo.
[15] Ambos fascismos se identificaban con la glorificación de la raza, pero, mientras que el fascismo italiano se apoyaba en una superioridad cultural, el nazismo basaba su postura de superioridad en el biologismo político, siendo la perspectiva moderna biologista, la escasez del caso italiano.
Referencias bibliográficas
Gallego, F. (2003). El nazismo como fascismo auténtico. Revista HMiC: història moderna i contemporània, Nº. 1, pp. 121-146. Disponible en http://webs2002.uab.es/hmic/2003/HMIC2003.pdf
Griffin, R. (2001). Las paradojas del modernismo fascista. En Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler. Madrid: Ediciones Akal.
Paxton, R. (2004). Llegada al poder y Ejercicio del poder. En Anatomía del fascismo. Barcelona: Península.
¿Cómo citar este artículo?
Salas, R. (2021). Contrastes y paradojas en la conceptualización del fascismo clásico. Sociales y Virtuales, 8(8). Recuperado de http://socialesyvirtuales.web.unq.edu.ar/articulos/contrastes-y-paradojas-en-la-conceptualizacion-del-fascismo-clasico/
Ilustración de esta página: Mur, M. (2021). Ouve me [grafito y carbonilla]. Programa de Cultura de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de Quilmes, convocatoria artística “Imaginerías de una lucha”. Bernal: UNQ.
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