por Ana María Rúa1
La definición de una práctica profesional conformada más por el allí y entonces que por el aquí y ahora (Pozo y otros, 2006, p. 107) me resulta particularmente generativa. Mi palabra está presente en esta sección de testimonios de Sociales y Virtuales porque mi allí y entonces formativo está amarrado al Programa de Educación Virtual de la Universidad Nacional de Quilmes y también lo está mi aquí y ahora.
En 1999 comencé a estudiar la Licenciatura en Educación; meses antes, una noticia en el diario comunicaba su apertura con modalidad virtual de cursado lo que por ese entonces era una gran novedad: la UNQ tenía solo diez años de creada y era la primera universidad pública latinoamericana con un campus virtual en el que iban a desarrollarse carreras de grado. Fui parte de esa iniciativa como estudiante de su primera cohorte y me gradué en 2001.
Una década después, otro aviso en el diario volvió a amarrarme a la Universidad Virtual a través de una convocatoria para profesores de Didáctica y Currículum; a partir de esa selección soy docente en la licenciatura de cursado virtual en la que estudié.
En estos dos momentos de mi trayecto en la UVQ —mi allí y entonces y mi aquí y ahora— aprendí cosas muy importantes respecto de la enseñanza:
- El sinsentido de la denominación educación a distancia; en el campus toda diferencia de espacios queda extinguida o se agudiza tanto como en un aula de ladrillos en la que profesores y estudiantes optan por el desvínculo entre sí y con los contenidos.
- Bastante antes de la Web 2, la UVQ me enseñó que no se trata de lanzar bibliografía a los estudiantes y cerrar la puerta del aula hasta el jueves siguiente, que el trabajo interactivo constante –no la visita ocasional– permite mejores aprendizajes y, sin duda, una mejor enseñanza.
- Experimenté la fuerza encerrada en la idea del estudiante más antes de leerla en David Perkins (2001, p. 127): no estamos solos cuando aprendemos; podemos tener la mejor disponibilidad tecnológica pero es útil cuando el equipamiento viene acompañado por un profesor atento. La extensión de esa idea a nuestra tarea docente —el profesor más— también es generativa: podemos enseñar mejor con TIC pero las herramientas digitales son poco sin nosotros.
- Un aula virtual es tremendamente visibilizadora de sesgos bancarios (Freire, 1970, p. 75): los estudiantes se inscriben y reciben una carpeta de trabajo, el profesor publica su clase semanal, los estudiantes envían la resolución de actividades y los trabajos prácticos obligatorios, los profesores aprobamos o desaprobamos, dando por supuesto que si no recibimos consultas es porque todo anda bien. También aprendí que esta estructura no es inexorable.
- No es lo mismo que el trabajo del aula virtual respecto de los contenidos de la asignatura esté a cargo de un profesor que si no lo está. En estos diecisiete años conocí proyectos de educación virtual en los que a partir de clases escritas por especialistas en un determinado campo de conocimientos, el proceso de enseñanza y de interacción con los estudiantes queda en manos de profesionales sin el nivel académico que sería deseable. Esto no sucede en la UVQ.
- Aprendí que un aula virtual puede ser extensa como un océano y profunda como un charco (es una frase de la periodista María Esther Gilio) y que somos profesoras y profesores —no la tecnología disponible— quienes ayudamos al tránsito hacia una mayor densidad de esa inmensidad de recursos disponibles.
- Fui mejor profesora en las clases presenciales porque el aula virtual —con su poderoso mecanismo de conservación de los diálogos como para poder volver a ellos siempre que el profesor lo desee— me mostró interviniendo con apuro, con poca paciencia, sin relecturas, intermediando prejuicios, consolidando sobrentendidos… Tener ganas de revisar lo escrito, los intercambios con los estudiantes —lo que no es posible en un aula material— me permitió enseñar mejor.
- Contradiciendo lo que pensaba inicialmente, fui advirtiendo que un aula virtual permite percibir con claridad cómo los estudiantes van aprendiendo, cómo van integrando lo que les pasa cuando leen clases y textos. La UVQ me enseñó lo valioso de asumir el esfuerzo de conocerlos y de estar cerca todo lo posible, aun cuando esta disponibilidad exige muchísimo tiempo, más que el que cualquier profesor presencial imaginaría.
- También advertí la claudicación del nombre educación no presencial en la UVQ. Claro que aquí hay presencias; también ausencias. Cerca de mi ayer estudiantil estaba Norma Risso, mi tutora, siempre al alcance de la mano; me la imaginaba sonriendo en todo momento, lo que resultaba tranquilizador y agradable.
- Reparé en los esfuerzos de mis profesores de allí y entonces por nacionalizar los contenidos, integrando investigaciones y producciones teóricas de especialistas en educación argentinos y de la región. Es que, en sus comienzos, la Universidad Virtual tenía el formato fundacional de la Universidad Abierta de Cataluña; pero, aun así, se notaba la preocupación por que no todas las decisiones teóricas quedaran en manos de la UOC; aquí y ahora intento algo parecido a los pioneros: promover que los estudiantes lean a argentinos y latinoamericanos.
- Aprendí que siempre hay mejoras por concretarse y para eso habrá alguien de la UVQ cerca. En este segundo cuatrimestre de 2017, por ejemplo, el Departamento de Ciencias Sociales me acompaña con observadores externos en mis aulas virtuales quienes me asesoran respecto de la integración de nuevas herramientas didácticas en mis clases.
Aprendí, entonces, más sobre los vínculos didácticos que las tecnologías propician que de las tecnologías en sí… lo que me deja contenta.
El espacio para mi testimonio se termina… Uno de los cuadros de Las moscas de Sartre que se ocupa del entramado humano me ha estado rondando durante todo este rato de escritura y me parece justo y me resulta agradable compartir su inspiración.
Veamos… en un momento determinado de la obra teatral, se plantea un diálogo furioso entre el dios Júpiter y Orestes, el más crítico y cuestionador de todos los mortales.
–¡Basta!–, es la amenaza del dios; basta de problematizar todo, basta de controvertir, basta de levantar voces contra las decisiones que cree arbitrarias, basta de sugerir que en los preceptos del dios hay errores, basta de criticar.
–¡Basta!–. Orestes lo cansó; lo hartaron sus cuestionamientos, lo irritan sus preguntas. El mortal se ha convertido en la oveja “tiñosa” de sus rebaños, en un aguijón fastidioso, en un “cazador furtivo en un bosque” ordenado, en quien contamina el reino con sus acciones… Ya no lo tolera.
Le propone, entonces, un trato: si Orestes opta por el silencio, le va a dar un premio; si deja de ser esa mosca zumbona (una de las razones del título de la obra) comenzará a tener una existencia segura; ya no tendrá motivos de preocupación alguna, porque todas sus necesidades van a estar satisfechas por el dios.
A esta presión por un acomodamiento silencioso —que podríamos emparentar con el reino de los muertos que Júpiter señorea y que provee otra razón para el título de la obra—, Orestes responde con un No. Renunciar al compromiso sería para él, ni más ni menos, renunciar a su humanidad, justamente dada por su capacidad de analizar, de proponer alternativas, de generar resistencia; “la vida humana comienza al otro lado de la desesperanza”, desafía.
A esta altura, Júpiter vencido cruza el aire con un rayo y un castigo: si el hombre opta por seguir con su intento de generar cambios, lo condena a ser invadido, una y otra vez, por la más tremenda de las sensaciones: la de sentir que lo está haciendo solo.
Dejo aquí el relato. A pesar del tiempo y la distancia, el castigo del dios suele atravesar nuestro ánimo cuando nos decidimos a encarar modos distintos de enseñar, hiriendo con el aislamiento nuestro entusiasmo por no dejarnos vencer por la rutina y por responsabilidades sociales cada vez mayores. Como contracara, la UVQ da cuenta de un Júpiter que no gana la partida y nos muestra que somos capaces de encarar proyectos colectivos que nos fortalecen y que nos permiten superar la soledad, el desamparo y el sentirnos extraños en un sistema educativo al que pertenecemos, que nos pertenece y al que damos sentido cada día.
Notas
[1
] Ana Rúa es magister en Didáctica y se desempeña como profesora de ese campo de contenidos en la Licenciatura en Educación que se desarrolla en la UNQ con modalidad virtual.
Referencias bibliográficas
Freire, P. (1970) Pedagogía del oprimido. Montevideo: Tierra Nueva.
Perkins, D. (2001) “La persona-más: una visión distribuida del pensamiento y el aprendizaje”. En Salomon, G. (comp.). Cogniciones distribuidas. Consideraciones psicológicas y educativas. Buenos Aires: Amorrortu.
Pozo, J., Scheuer, N., Mateos, M. y Pérez Echeverría, M. (2006) “Las teorías implícitas sobre el aprendizaje y la enseñanza”. En Nuevas formas de pensar la enseñanza y el aprendizaje. Las concepciones de profesores y alumnos. Barcelona: Graó.
Sartre, J. (1943) Las moscas. Buenos Aires: Losada.