por Silvia Graciela Bustos
“Al darles acceso a estos bellos libros, se les dice implícitamente: ‘eres digno de ellos, te tengo confianza para que los cuides; los mereces’ y se estimula el sentimiento de autoestima, de orgullo, de ser capaz de que alguien confíe en nosotros”.
(Petit, 2009, p. 193)
Resumen
La letra escrita aparece como natural en nuestra sociedad, en tanto que su dominio se ha masificado. No obstante, se requiere de un entrenamiento para la codificación del mensaje como así también para su recepción. Ambos momentos comunicativos hacen necesario, para dominarlos, un laborioso proceso de aprendizaje.
Por otra parte, entendemos la lectura como una práctica social y cultural, por lo cual su dominio no se trata solamente de desentrañar los caracteres, sino que es necesario también comprenderlos en su contexto de significación y de uso. En este sentido, pensar en las formas de acercar a los jóvenes que transitan cotidianamente nuestras escuelas a la lectura recreativa es, seguramente, un desafío que estamos dispuestos a aceptar. He aquí algunas conceptualizaciones al respecto.
Palabras clave: lectores, formación.
I
La letra escrita se ha ido naturalizando en nuestra sociedad a partir de la masificación de su dominio. Así, pues, son numerosas las personas que han adquirido dicha competencia. El alfabeto griego ha contribuido en gran medida a democratizar esta herramienta, que Walter Ong (1993) ha definido como una tecnología, en tanto requiere herramientas para producirla: tanto el acondicionamiento de las superficies como de elementos que imprimen la huella (pinceles, plumas, entre otras). Tampoco le es natural al ser humano, sino que conlleva un aprendizaje por parte del usuario para producir mensajes, no ocurre de manera natural. Pensar la escritura como una tecnología, lejos de constituir una crítica, para Ong, constituye un elogio, en tanto “tiene un valor inestimable y de hecho esencial para la realización de aptitudes humanas más plenas, interiores” (Ong, 1963, p. 85). Las tecnologías son artificiales; no obstante, lo artificial le es natural al ser humano, resalta el autor, produciendo una mejora en la vida de las personas.
La letra escrita, podríamos agregar, no solo requiere de un entrenamiento para la codificación del mensaje, sino que también requiere de un aprendizaje para su interpretación, para la lectura. En ambos casos, el momento de la producción como el momento de la recepción, requieren de un largo y laborioso proceso de aprendizaje, contrariamente a lo que ocurre con las tecnologías audiovisuales, que no requieren de aprendizaje previo. Ya a comienzos de la década de los años ochenta Raymond Williams reconocía que “cualquier persona en el mundo, con unos recursos físicos normales, puede mirar una danza o contemplar una escultura o escuchar música”, mientras que “el cuarenta por ciento de los actuales habitantes del mundo no puede establecer todavía ningún contacto con la hoja escrita, y en períodos anteriores, este porcentaje era mucho mayor” (Williams, 1981, p. 87). En cifras del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo el porcentaje de analfabetismo hoy alcanza al 16% de la población, es decir, 781 millones de personas, de las cuales el 64% son mujeres (la gravedad del dato radica en que las mujeres alfabetizadas tienen un efecto multiplicador positivo en todos los niveles de desarrollo)1
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Esta mirada sobre la escritura como una tecnología ha sido criticada desde la perspectiva de entender la escritura y la lectura como prácticas sociales y culturales, por lo que no alcanza con dominarla técnicamente, sino que es necesario dominar también su significación y su contexto de uso.
Lo cierto es que excede con mucho a la simple huella mnemotécnica o marca semiótica, el dominio de la escritura estructura el pensamiento de una manera diferente, posee una función epistemológica. Los habitantes de las ciudades, dirá Adriana Imperatore (2015), vivimos rodeados de escritos. Leemos permanentemente, aun sin darnos cuenta, dentro y fuera de nuestras casas. Los niños pequeños saben diferenciar un mensaje escrito de un dibujo aun antes de haber adquirido el código que les permitiría descifrarlo (Imperatore, 2015). A pesar de la expansión de la escritura en nuestras sociedades, podemos decir que se registra una crisis vinculada con el consumo de libros y de una lectura reflexiva, relacionada con el desarrollo intelectual, el esparcimiento o la potencialidad imaginativa. La lectura que se realiza es funcional, vinculada con la supervivencia, dejándose de lado la lectura ociosa, por puro placer de adentrarse en la ficción. Se advierte, también una crisis del libro mismo como soporte, en tanto se extienden los usos del ebook y los sitios donde se puede acceder de manera virtual a textos que se abordan desde la pantalla.
Esta crisis del libro y las prácticas de lectura asociadas a él afectan de manera directa a la escuela, asentada sobre los pilares de la letra escrita y la lectura silenciosa, donde el acceso al texto no requiere de la mediación de la voz, como ocurriera en el medioevo. El advenimiento de la modernidad estuvo vinculado con un cambio en la cosmovisión a partir de un proceso de secularización y del desarrollo de la ciencia moderna. El sujeto se empieza a entender como soberano, autónomo, autocontenido y capaz de definirse a sí mismo a partir de la razón. El dominio de la letra escrita se constituye como central en ese proyecto pedagógico. Desde entonces, la lectura ha ocupado un lugar central en las agendas educativas, en tanto que se entiende como fundamental para el dominio de otras disciplinas.
La lectura recreativa, prolongada y reflexiva, que nos pone en contacto con el arte de la palabra es la que está en declive, hemos dicho anteriormente. Esto no ocurre solo con las generaciones jóvenes, más vinculadas al mundo audiovisual, sino también entre los adultos, quienes muchas veces se ven envueltos en el ajetreo cotidiano y no encuentran el tiempo para el libro o prefieren otras formas de esparcimiento, menos demandantes en materia de atención, posiblemente.
II
Como decíamos más arriba, la letra escrita ha ido cambiando de soportes y hoy muchos son los que han cambiado el sugerente olor de las páginas escritas, dispuestas a hacerse eco del paso del tiempo, por modernas pantallas que soportan e-books, de menores costos en el mercado. El lector “arrellanado en su sillón favorito” parece haber cedido paso a lectores posmodernos, que se acercan a las historias a través de las pantallas y que suelen utilizar procesadores de voz que les leen los textos.
La antropóloga francesa Michelle Petit (1999), en una serie de conferencias pronunciadas en 1997 en México, difundió una investigación realizada sobre la experiencia de lectura de grupos marginales que asistían a las bibliotecas populares, donde funcionan una serie de cursos que apoyan y amplían la formación escolar. Esta investigadora sostiene la lectura de los libros de ficción como potentes para dotar a los adolescentes y jóvenes de un capital cultural diferente. En uno de sus textos, alude a que en estos grupos la lectura es vista como una cierta pérdida de tiempo, que suele estar reservada a las mujeres y que implica un cierto aislamiento, por tratarse de una actividad que se desarrolla en soledad. Por otra parte, recupera la idea de la formación de lectores vinculada con el entorno del novel lector, tanto en su familia como en el contexto social. La imitación de la actividad es lo que los motiva en gran medida a acercarse a la lectura por placer.
Daniel Pennac (2005), por su parte, argumenta en favor de ciertos tópicos que pueden contribuir al gusto por la lectura. Aboga, en este sentido, por el derecho a cercenar las páginas que el joven pueda considerar prescindibles en función de sus gustos e intereses, oponiéndose a la selección que suelen hacer las editoriales que publican obras clásicas en su versión abreviada. Esta posibilidad de prescindir de aspectos que les resulten densos es lo que puede llevarlos a una temprana lectura de obras de gran complejidad, no debiendo esperar a desarrollar una determinada competencia interpretativa para abordarlas.
Por otra parte, resalta la conveniencia de que sea el propio lector, quien determine qué es lo que le gusta y no deba sentirse obligado por opiniones precedentes a disfrutar de textos que son reconocidos como valiosos literariamente, pero que no percibe de su agrado. Podrá así, decidir por sí mismo, cuál es el momento apropiado para que las obras que llamaremos clásicas, pasen del anaquel a las manos del lector. Las obras no envejecen nunca, sostiene Pennac (2005, p. 5), los que envejecemos somos nosotros; los libros permanecen allí, esperándonos hasta que nos decidamos a leerlos. Lo cual podría no suceder nunca.
Tampoco debiera cercenarse la voluntad de los nóveles lectores a acercarse a obras de escaso valor literario; conviene en todo caso, acercarles a los jóvenes ávidos de lectura, aquellos que son valiosos, sin desestimar ni censurar los que no lo son. En todo caso, muchas de las más exigentes lectoras se han iniciado en el recorrido con novelitas rosa, con impresiones de folletín.
Vale decir por último, sostienen Petit (2005), que la lectura permite reforzar la autonomía de los jóvenes, superar el miedo a la interioridad y, en definitiva, arriesgarse a ser alterado, invadido a cada instante por ese maravilloso mundo que brota de las páginas para quedarse dentro nuestro. Para siempre.
III
Las razones por las cuales un lector llega a preferir uno u otro texto es una cuestión compleja. En este sentido, Petit se pregunta “¿cuáles son, pues, los textos que nos ayudan a vivir en tiempos difíciles?” (2009, p. 179). Son múltiples los elementos que contribuyen a la elección de una u otra obra. Lo que agrada a unos puede ser lo mismo que aburra a otros o los entristezca.
Petit (2009) señala, retomando estudios de Annie Collovald y Erik Neveu (2004), la preferencia inconsciente de muchas personas en situación de crisis por el género policial. Se trataría, al decir de la autora, “de un acto de resistencia ante la destrucción” (Petit, 2009, p. 184), donde el tema tratado es lo que llama la atención, que permitiría satisfacer expectativas de dar orden y sentido a su historia personal, una nueva coherencia, que viene a través de la certidumbre de la experiencia de la permanencia de las historias narradas. Esto no quiere decir que toda lectura apunte a sanar los aspectos que aparezcan como disfuncionales en las vidas de los lectores, sino simplemente, que existen multiplicidad de aspectos, conscientes o no, que operan al momento de realizar nuestras elecciones literarias. La riqueza y la complejidad de la lectura no pueden ser reducidas a un solo aspecto.
Por otra parte, la eficacia simbólica de la obra no está necesariamente ligada a la calidad literaria, si bien podría pensarse que aquellas obras que poseen mayor valor estético son las que están en mejores condiciones para provocar una actividad psíquica, más aún cuando ese valor estético procede de un trabajo sobre el lenguaje.
Si bien suele ser tentador el hecho de hacerles llegar obras que sean exigentes en cuanto a su lectura a quienes están dando sus primeros pasos en este fascinante mundo, muchas veces resulta una acción desafortunada, porque no han adquirido todavía las competencias necesarias para adentrarse en esos textos; por ejemplo, suelen registrar dificultades para sostener la atención por tiempos prolongados. Es por ello más apropiado ofrecerles textos breves, de géneros diversos, a la vez que estar alertas respecto de las preferencias que dichos sujetos manifiesten. En este sentido, los mitos y cuentos pueden ser una buena opción.
A modo de cierre
Muchos de nuestros jóvenes han aprendido en el curso de su paso por la escuela a decodificar un texto escrito; como comúnmente decimos, ha aprendido a leer. La lectura comporta, no obstante, mucho más que poder verbalizar un texto escrito. Nos hemos querido centrar, en este breve espacio, en esa otra lectura, la que se lleva a cabo por placer, la que ofrece un mundo maravilloso que está allí, al alcance de la mano, esperando ser descubierta.
Sin dudas, el acercamiento a la lectura recreativa no deviene naturalmente de la posibilidad de leer, sino que encierra algunas cuestiones más complejas que es preciso entrenar para que sigan surgiendo, con el paso del tiempo, nuevos lectores, nóveles apasionados por desentrañar metáforas o develar historias escondidas detrás de esos signos misteriosos que llamamos escritura. Se trata, simplemente, de que los docentes sepamos generar una chispa para que se encienda la llama.
Notas
[1] Véase: http://www.semana.com/mundo/articulo/cifras-de-analfabetismo-en-el-mundo/402561-3
Referencias bibliográficas
Imperatore, A. (2015). Clase 2: Prácticas de lectura y escritura. Teoría y Crítica Literarias. Bernal: UVQ.
Ong, W. (1993). Oralidad y escritura. México: FCE
Pennac, D. (2005). Como una novela. Buenos Aires: Norma.
Petit, M. (1999). Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México: FCE
Petit, M. (2009). El arte de la lectura en tiempos de crisis. Barcelona: Océano-Travesía.
Williams, R. (1981). Cultura, Sociología de la comunicación y del arte. Barcelona: Paidós.
¿Cómo citar este artículo?
Bustos, S. G. (2016). Lector no se nace, se hace. Sociales y Virtuales, 3(3). Recuperado de http://socialesyvirtuales.web.unq.edu.ar/articulos/lector-no-se-nace-se-hace/
Ilustración de esta página: Xul Solar, Alejandro (1960). Rótulo. © Copyright Fundación Pan Klub – Museo Xul Solar – http://www.xulsolar.org.ar/